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El silencio del alma


Yo y Alzheimer

El silencio del alma

26/06/2014

Tal vez por mi edad a punto de cumplir setenta y uno, siento empatía con los familiares de enfermos de Alzhéimer. Soy una persona que me gusta controlar en todo momento la situación desde siempre, y suelo sufrir cuando por la razón que sea no la puedo controlar. Tal vez sea ese el motivo de mi empatía con los pacientes de esta dolencia degenerativa de la mente, de siempre me he preguntado, qué es lo que puede sentir una persona afectada de esta dolencia.

La vida y por ende el destino, me ha dado la oportunidad de descubrir lo que siente y padece la persona que pierde la memoria y busca de forma desesperada en su mente la historia del recuerdo que la vincule con su realidad presente. El pasado jueves día treinta de junio me dispuse a realizar las actividades programadas a lo largo de la mañana, esperaría a Julia –la joven que viene cada jueves- para abrirle la puerta del portal y de la vivienda. Una vez realizado el cometido, me dispuse hacer lo que todas las mañanas realizo de forma metódica: recojo el diario en el estanco a las ocho y con las noticias frescas me dirijo al bar, en que desde me he jubilado, suelo desayunar un café con leche y un croissant, a la vez que me empapo de lo acaecido en el mundo y por ende en nuestro país.

Este día –como en otras ocasiones- compartí mesa y tertulia con dos compañeros con los que me une una estrecha amistad, dialogamos amigablemente sobre -cómo no podía ser de otra manera- la situación sociopolítica en nuestro país, después de un ameno dialogo llegamos a la conclusión, de que la verdad es de todos, pero nadie la posee.
Uno de los participantes en el dialogo, me sugirió si le podría acompañar a hacer unos recados que precisaba realizar con una cierta urgencia, ya que al día siguiente tenía previsto coger un vuelo hacia Brasil a pasar unas merecidas vacaciones. Una vez realizados los encargos nos despedimos deseándonos mutuamente lo mejor para nuestras vacaciones estivales.

Había aprovechado la ocasión para comprar unas bombillas de bajo consumo que él me sugirió como experto en la materia.
Entré en casa sobre las once de la mañana, instalé las lámparas de bajo consumo en los correspondientes apliques y finalizado el cometido mi esposa me llamó para que me sentara a la mesa a desayunar, recuerdo que comí melón. Lo sucedido con posterioridad no lo recuerdo.

Según relata mi esposa, me había levantado de la mesa para dirigirme al dormitorio y calzarme unas zapatillas, (yo desde ese instante no recuerdo nada), la pregunté si recordaba si tenía que hacer algo importante, de lo que no me acordaba.

No era capaz de recordar nada de la memoria presente, me sumí en una excitación y desespero que me generó una angustia vital insoportable donde el único recurso para mitigarla fue el sollozo. Le interrogaba a mí mente, pero mi alma no respondía.