23/4/10

Selene


La niña de la luna,

de faz morena, que tiene

dos luceros que iluminan,

a su sonrisa picara.

Ella es mi nieta

¡Selene!

la que enamora.



21/4/10

Paseando por “mi parque”…

 

Ayer paseando por “mi parque”, el “Park Güell”, ensimismado en mis pensamientos, un aroma me transportó súbitamente a mi infancia. Era un olor intenso y dulce que procedía de las flores del árbol de Júpiter, las Lilas racimos de color morado que simbolizan a la mujer y la humildad.
Mis recuerdos me llevaron de nuevo al barrio de Tetuán, no podría fijar una fecha pero debería de tener unos cinco o seis años cuando, un cliente de la taberna de mis abuelos, enfermo de tuberculosis, contagió el bacilo de Koch a mi hermana, lo que le provocó una Meningitis. Las consecuencias de la enfermedad fueron muy graves, la inflamación de la meninge provocó diversos ataques que afectaron a todos los sentidos menos el de la audición, fruto de todo ello quedó paralítica y con un retraso mental.
El hecho cambió nuestras vidas, fui creciendo en un entorno de dolor a la vez que de esperanza, mi madre nunca se dió por vencida en la lucha por recuperar a su hija.
Después de tantos años, volver a recordar esta parte no extensa en el tiempo, pero si intensa en las emociones, no me es fácil, es abrir de nuevo las cicatrices, es en definitiva recuperar el dolor. Pero nombrar a los que ya no están es recuperarles, tenerles próximos, casi sentirlos, es ante todo una oportunidad para perdonar y perdonarnos.
Me viene a la mente el personaje del Lazarillo de Tormes. En el buen sentido, fui el lazarillo en que se apoyó mi madre, a ella, no sé si para bien o para mal, le debo mi esmero en la puntualidad, así como la actitud responsable ante la palabra dada. Nunca me quedaba a jugar después de salir de la escuela con los compañeros, debía llegar enseguida a casa para hacer los mandados. El celo responsable que me inculcó mi madre ha condicionado mi actitud ante el compromiso. Pensaba, con nueve o diez años, cuando tenga novia y nos casemos la mujer a la que me una, deberá aceptar que mi hermana viva con nosotros.
11 La tía Rosario y la MerchePoseo vagos recuerdos de las visitas con mi madre al Hospital del Rey. La recuerdo con mi hermana en brazos o empujando un cochecito y yo de su mano, dirigiéndonos a coger el tranvía hacia el hospital. Todavía siento el frio intenso o el calor sofocante de aquellos días. Eran frecuentes las visitas al puericultor Dr. Bellota, él fue el que trató siempre a mi hermana y quien intentó convencer a mi madre de que no había esperanza para su hija, después de ciento veinte punciones en la espina dorsal, pero ella jamás se rindió. Aún, cuando cierro los ojos pudo visualizar la sala donde realizaban las consultas, incluso a las enfermeras de las que estaba enamorado.
Nunca entendí por qué mi padre no iba con nosotros.
Solíamos bajar con frecuencia a casa de mis abuelos, que como ya he comentado tenían una taberna. Yo me lo pasaba muy bien sobre todo porque no tenía que hacer ningún recado y podía jugar en la calle que estaba enfrente de la taberna. Recuerdo su nombre, la llamaban Chirel, estaba como otras muchas del barrio sin adoquinar. Mi padre se ponía a hacer la partida de mus, un juego de cartas típico de Madrid. El problema se presentaba cuando teníamos que irnos para casa, después de innumerables intentos para convencer a mi padre de que era hora de irnos. Al final mi madre con mi hermana en brazos o empujando el cochecito y yo de su mano regresábamos a casa. Yo no lograba entenderlo. Años más tarde mi profesión en el mundo sanitario me ha enseñado que un padre puede dejar de serlo, una madre nunca.
¿La fe mueve montañas?
La fe dicen que es lo último que perdemos. En lo que respecta a mi madre fue un vivo ejemplo de esta creencia. Era una mujer creyente pero no fundamentalista de sus credos, jamás me obligó a cumplir con la ortodoxia católica, pero me inculcó un humanismo cristiano basado en la generosidad y la compasión. Tengo muchos recuerdos que lo avalan, pero el que más me ha quedado grabado en la memoria, quizás por lo acaecido con posterioridad años más tarde, fue el hecho que sucedió con una mujer de Granada.
20 La Merche en el Hospital del Niño JesúsMi madre, en aquellos tiempos, llevaba a mi hermana dos veces a la semana a hacer rehabilitación a una piscina, ubicada en el Hospital de la Ciudad Universitaria —tenía la absoluta convicción de que con el tiempo conseguiría que su hija pudiera andar aunque fuera con aparatos ortopédicos — habíamos de esperar hasta que nos avisaban en una amplia sala donde concurrían enfermos y familiares con diversas patologías. Un día estando en la sala de espera, observó mi madre a una mujer a la que otras personas trataban inútilmente de consolar. Tal como era mi madre, no pudo por menos que acercarse a ver qué le pasaba y de qué forma y manera podía ayudarla. La mujer compungida le relató la historia de su drama de nuevo: Soy de un pueblo de Granada —de Armilla— y tengo a mi esposo ingresado para ser intervenido del pulmón y como no me dejan quedarme con él en la habitación y no conozco a nadie, ni tengo familiares en Madrid, no sé qué hacer ¡No sufra más mujer, ahora mismo se viene con nosotros a nuestra casa!, dijo mi madre sin dudarlo. Estuvo en casa hasta que le dieron de alta a su esposo en el Hospital, permaneciendo, si mal no recuerdo, unos cinco meses. Decía mi madre: Dios proveerá.
En aquellos tiempos quizás no tan lejanos, si tenemos en cuenta el resurgir de los fundamentalismos religiosos, todo hecho contrario a nuestros deseos tenía que ver con la voluntad de Dios. Recuerdo que si teníamos intención de ir de excursión y se suspendía a causa de la climatología adversa, siempre nos decían: Dios así lo ha dispuesto para nuestro bien. Con esta máxima también se juzgaban las desgracias personales: Dios nos ha castigado.
Esta moral católica fue la que juzgó a mi madre. La desgracia de su hija era el fruto de sus pecados, supongo que se refería a mi concepción fuera del matrimonio. Ahora alcanzo a comprender cuanto debió sufrir. Si es doloroso ser vilipendiado por los ajenos, mucho más lo es serlo por los tuyos. Entre ellos, para su dolor, se encontraba mi padre. Pero su fe en ese Dios de los pobres nunca se quebró.
Recuerdo que una vez fue a un pueblo cercano a Zaragoza donde se decía que se había aparecido la virgen y trajo unos saquitos con tierra del lugar y me decía poniéndose un poco de arena en la palma de su mano ¡Toñito, no ves las cruces! Sólo ella las veía en la arena. Quisiera para mí su fe, su Dios y su amor por lo humano.
La esperanza
Yo iba al colegio San Martin, ubicado cerca de casa de mis abuelos en el barrio de Estrecho -cuyo nombre se remonta a la Guerra de África del 1860, en honor al Estrecho de Gibraltar—. Fue más o menos al inicio del tercer año de Bachillerato, en octubre, cuando mi madre comenzó a encontrarse mal del estómago.23 Hospital General de San Carlos (Madrid) En principio supusieron por los síntomas que era debido a una ulcera gástrica, pero los frecuentes vómitos después de las ingestas, hicieron necesario ir a consultar a un gran hospital, en concreto al Hospital General de San Carlos —hoy el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía—. Fue visitada por el Dr. Marañón, que al sorprenderse de los conocimientos de anatomía de mi madre, le preguntó a qué se debían los mismos y ella toda orgullosa le dijo: a mi hijo que está
estudiando el bachillerato y quiere en un futuro estudiar medicina. El Dr. Marañón la colmó de dicha cuando le dijo: cuando acabe el bachillerato venís a verme y vemos qué puedo hacer por él.
En el mes de Marzo fue intervenida de un cáncer de estómago en el General por el Dr. Marañón. Mi padre ante esta situación y con dos criaturas decidió solicitar la ayuda de la Sra. María, así se llamaba, era aquella mujer que tiempo atrás habíamos tenido en casa, que era de un pueblo cerca de Granada, mientras su esposo se hallaba convaleciente de una intervención de pulmón. La señora se presentó en casa dispuesta a echar una mano mientras mi madre estuviera en el hospital, al cabo de una semana o diez días, más o menos, la mujer le enseñó a mi padre una carta que había recibido de su esposo comunicando que debía volver inmediatamente al pueblo, pues no podía ser que ella estuviera, a solas, con mi padre y nosotros. Hizo la maleta y se marchó dejándonos solos, nunca más supimos de ella. Pienso que aquella mujer jamás nos habrá olvidado, pues la injusticia cometida, siempre deja una huella indeleble, en el buen corazón y el suyo quiero suponer que lo era.
A mi madre le gustaban las gambas a la plancha, siempre había tenido un buen apetito. Durante meses tuvo que ir al hospital General siempre acompañada de mi tía Rosario, su hermana pequeña. Cerca del hospital había un bar “El Brillante”— aún hoy existe— y al salir de la visita, a pesar de los dolores de estómago, siempre se paraban a tomar una ración.22 El Brillante Atocha (Madrid) Ella disfrutaba comiendo las que podía y sobre todo saboreando las cabezas de las gambas. Tristemente al cabo de un rato buscaba un lugar donde vomitar. Sobre el mes de Mayo ya era ostensible la delgadez y color cetrino como consecuencia de la metástasis hepática, por aquel entonces ya supe, a pesar de que nadie me lo dijo, que mi madre estaba muy enferma y que podría fallecer. El dolor de su posible pérdida me atenazó y rehuía de su presencia, no podía verla sufrir a pesar de su insistencia en verme. Ella solía decir: mi pena por morir no es por mi hija, a pesar de su dolencia, de ella se apiadarán, de mi Toñito nadie. Hoy al escribir este relato me otorgo la oportunidad de abrazarla, besarla, de coger sus manos y decirle lo mucho que la amé. Una noche calurosa del día veintiocho del mes de Agosto nos dejó.
Mi madre fue velada como se hacía en aquellos años, es decir, en casa y acompañada por todas las vecinas del barrio.24 El dolor Los hombres en la taberna bebiendo a más no poder. A mí me llevaron a la casa de los suegros de mi tía Rosario a pasar la noche. Al día siguiente el coche de las pompas fúnebres partió del cuarenta y uno, como se conocía en el barrio al edificio donde vivían mis abuelos, a las cuatro de la tarde. Una larga comitiva de taxis acompañaba al coche fúnebre en su recorrido al cementerio de las Ventas, donde recibió sepultura en la tierra en una tumba provisional — la que nunca visité— al final del funeral todos los hombres, fueron a las Ventas a comer chuletas en honor al difunto.
Ese día sofocante de agosto inicié mi andadura en solitario que duró varios años, hasta que conocí a Montse, la que años más tarde sería mi esposa. Aquel día dejé para siempre la infancia, me hicieron adulto de golpe, asumí que ya nada sería igual. Para doctorarme en mi nuevo rol, fumé mi primer cigarrillo, un Bisonte, que me dio el Matías, un amigo mayor que yo que vivía en “El Corral”. Ese año suspendí las matemáticas en junio y las aprobé en septiembre, algo que nunca pudo saber mi madre. Nunca más volví al colegio San Martin con mis compañeros. El sueño de mi madre y mi ilusión no se hicieron realidad. No soy médico.

9/4/10

Instituciones: El Sindicato


Hace unos días expuse algunas de las razones por las que mi voto sería en blanco en las próximas elecciones. Siguiendo su estela el presente artículo versará sobre la Institución Sindical.  Su análisis no pretende ser histórico, existe una amplia bibliografía al respecto para aquellos que deseen, sino una opinión de un trabajador militante.

Para poder comprender la razón de toda Institución deberemos como norma conocer el significado de su nombre es decir su origen etimológico:

Sindicato y sindicalismo son palabras de origen griego: SIN que significa CON y DIKE que significa JUSTICIA. De ahí se deriva la palabra griega SÍNDICOS y la latina SÍNDICUS, que en términos generales significan la persona que de algún modo administra justicia o vela por los intereses de alguien.

Ante la definición etimológica cabe preguntarnos si los sindicatos son fieles a la misma o por el contrario cabría la posibilidad de redefinirla. A mi lego entender es que lo son, otra cosa es, si sería conveniente modificar sus estructuras actuales para un mejor desarrollo de su cometido: “vela por los intereses de alguien” es decir de sus afiliados.

Después de padecer una sindicación vertical obligatoria durante la dictadura franquista, en periodo de la transición se decidió que habría libertad sindical de forma y manera que cada trabajador pudiera elegir libremente el sindicato en función de su ideología política o intereses.

La financiación de los sindicatos viene dada por: las cuotas de afiliación y por el estado que aporta una cantidad basada en la representatividad, según los delegados obtenidos en elecciones sindicales. También obtienen financiación, entre otras vías, a través de los cursos de formación.

Dice la canción que “veinte años no son nada” pero más de treinta sí. Se palpa en el ambiente laboral una cierta relajación en la lucha sindical, los conveníos dejan poco margen para la acción sindical, en una economía de mercado donde la defensa del puesto de trabajo muchas veces va en detrimento de mejoras salariales y sociales en situaciones de crisis como la actual. No obstante la credibilidad de los sindicatos ha disminuido entre los trabajadores, si tenemos en cuenta el porcentaje de afiliación (16%) en nuestro país, uno de los más bajos de la UE.

Con cierta frecuencia podemos leer en la prensa y en la red críticas contra los sindicatos y su acción sindical, son realizadas desde la patronal CEOE, y adláteres cuya función no es otra que la desprestigiar, tergiversando la objetividad de los datos para elaborar soflamas difamatorias— difama que siempre algo queda— todo y siendo esto preocupante, lo es más cuando la demagogia comienza a hacer mella en aquellos, que por sus intereses habrían de defenderlos, cual son los asalariados.

Es cierto que existe sindicalismo amarillo propiciado por la patronal unas veces, y otras no.  El problema no es que exista sino ¿Por qué lo trabajadores lo secundan?. Es cierto que existen sindicatos corporativistas. ¿Qué hacen los sindicatos de clase para ganarse al profesional?. Estas preguntas entre otras deberían hacer reflexionar a los responsables sindicales.

Los sindicatos no deberían refugiarse en su torre de marfil convencidos de su buen hacer, deberían escuchar las voces de aquellos incondicionales, que los hay, que abogan por cambios en las formas de hacer sindicalismo y de aquellos que sin serlo están de acuerdo con la necesidad de un cambio, viendo en ello una posibilidad de integrarse. Toda institución monolítica en sus formas y endogámica en sus cuadros no evoluciona, y si, como un ente vivo que es, no es capaz de adaptarse al medio, inexorablemente está condenada a su desaparición.

Si bien es cierto que es más fácil criticar que hacer, tampoco está de menos reflexionar sobre ciertas críticas, que afirman corrupción en la Institución Sindical. Entiendo que si bien toda acción perversa es personal y sería injusto juzgar a todos por igual, existen sistemas que por su organización propician el acto de delinquir, por la impunidad que otorgan al sujeto corrupto.

 Sería oportuno a tenor de los últimos escándalos de corrupción en la clase política, abrir un debate que pudiera dar respuesta a cuestiones como: ¿Deben ser financiados los sindicatos por el Estado?. ¿Debe la patronal facilitar horas laborales a los delegados sindicales para ejercer su acción sindical?. ¿Debe la empresa financiar a los liberados institucionales?. ¿Sería posible otro tipo de sindicación?.  ¿Público o Privado? .

Toda institución es el marco legal de relación del que dispone la ciudadanía en toda democracia, pero obviamente es bidireccional, es decir, requiere de la colaboración de los administrados para que funcione. La actitud pasiva de un porcentaje significativo de los trabajadores, aduciendo razones logísticas para no participar o cuando no un sentimiento derrotista, propician el relajamiento de la Institución Sindical.

Desechemos el victimismo laboral y recuperemos la conciencia de clase que hemos perdido en pos de un consumo: “somos especialistas en ti” (El Corte Inglés). Han tenido que pasar casi cuarenta años para recuperar la libre sindicación, no permitamos que la inoperancia o la desidia nos devuelvan al sindicalismo del pasado. Atémonos a nuestros principios sociales para protegernos de los “cantos de sirena” populistas.  Todo discurso demagógico es el maná, que nutre  las mentes crédulas apelando a sus emociones.

Parafraseando a John Fitzgerald Kennedy "No te preguntes qué puede hacer tu Sindicato por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tu Sindicato."

 

 

 

8/4/10

Prejuicios


Existe un adagio atávico que dice ”Donde no hay harina todo es tremolina.” En la actualidad con la crisis económica toma cuerpo y se hace evidente con algarabía contra los emigrantes, que les hace responsables de todos nuestros males. Según la encuesta de intención de voto de un diario de Catalunya, un 24% de los encuestados reconocen que podría votar a un partido xenófobo. Resulta cuando menos paradójico para un país de acogida, en el que su crecimiento demográfico se ha sustentado en la inmigración de otros pueblos.

Las diversas críticas están basadas en meros prejuicios de aquellos que no ven en el emigrante un colaborador sino un “intruso”. El uso de los recursos sanitarios está entre lo que generan mayor polémica. No hace mucho, en una conversación informal, uno de los interlocutores afirmaba que la tardanza en la realización de unos análisis a un familiar, era debido al uso masivo de las instituciones sanitarias por los “foráneos”.

Trate de hacerle ver la conveniencia de poseer más información objetiva, antes de hacer aseveraciones tan tajantes sobre un tema tan complejo. Comprender el entorno que nos rodea no debe ser una simple cuestión de juzgar a través de nuestras percepciones inmediatas. Comprender entraña inevitablemente razonar.

Es probable, que los argumentos que aduje basados en la objetividad profesional y en que el consumo de recursos sanitarios está íntimamente relacionado con la edad, y los inmigrantes a los que el aludía son porcentualmente jóvenes, no le debió satisfacer, tuve esa sensación, a pasar de su cortesía hacia mi persona cosa que agradezco, pero sin ánimo de ofender de todos es sabido que “la cortesía es la hipocresía social”.

Me gustaría referirme a un informe de la Cruz Roja “Migraciones africanas hacia Europa”. Estudio Cuantitativo y comparativo. Años 2006-2008. Para el que la Cruz Roja y la Media Luna Roja de Mauritania entrevistaron a más de 5000 personas.

Entre la diversa información que aporta el informe quiero destacar la siguiente:

De las 5.191 entrevistas realizadas en el centro de inmigrantes de Nuadibú se dibuja el siguiente perfil mayoritario del emigrante que pretendía llegar a España: "Hombre joven, con una media de edad de 26 años, el 58% solteros, sin hijos, con formación general básica, con personas a su cargo, con trabajo antes de emigrar y con unos ingresos medios de 80 euros mensuales". De los cerca de 10.000 inmigrantes atendidos por esta organización el 8% eran menores de edad y sólo 21 eran mujeres.

El 86% de los encuestados tenían trabajo antes de emprender el viaje hacia Europa, algo que ha sorprendido a los responsables de este estudio "porque no se corresponde con la idea que teníamos de que eran los más vulnerables en el África Occidental los que buscaban en el viaje migratorio a Europa una vía para el futuro de sus familias" asegura Jaime Bara, coordinador del estudio y miembro del departamento de cooperación internacional de Cruz Roja Española.

La mayoría estaba empleado en la agricultura, el comercio y la pesca. Más del 75% contaban con educación superior a la General Básica muy por encima del nivel medio de estudios en Senegal, Mali y Gambia, los tres países de donde procedían el 97% de los jóvenes emigrantes, frente a sólo un 3% del resto de países africanos.

Quizás este informe colabore a derribar prejuicios basados en la desinformación más que la convivencia del día a día.

“La enfermedad del ignorante es que ignora su propia ignorancia”(Amos Bronson)