26/4/16

El poder de la palabra



El lenguaje tiene como función básica y fundamental describir la realidad, desde la objetividad de los conceptos, pero no siempre se cumple la norma. Solemos mitigar la realidad edulcorándola para hacerla más aceptable a nuestros propósitos creando eufemismos: sociales, económicos y políticos. Un eufemismo es, según la RAE “la manifestación suave o dolorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”.

A lo largo de esta legislatura hemos podido apreciar el uso y abuso del eufemismo en nuestros legisladores, para hacer más aceptable la realidad socioeconómica de nuestro país:
El rescate económico es: “un apoyo financiero”
A la emigración de nuestros jóvenes preparados, la Ministra de Empleo Fátima Báñez, lo cataloga como: “movilidad exterior” y "el impulso aventurero de la juventud".
A la amnistía fiscal el Ministro de Hacienda Sr. Cristóbal Montoro, la tipifico como: “medidas excepcionales para la tributación de rentas no declaradas”
Recortes: Cuando el Gobierno aprobó los recortes en Educación y Sanidad, el Sr. Mariano Rajoy insistía que los 10.000 millones que quitaban a ambas partidas no eran “recortes” sino “reformas estructurales necesarias” para atajar el déficit público. Esto es una breve pincelada de nuestra realidad pasada.

Este breve argumentario está motivado en razón a los mal llamados paraísos fiscales.
Como cada domingo, he leído en suplemento IDEAS la columna de Álex Grijelmo “La punta de la lengua” en la que recoge una expresión de Baltasar Garzón respecto a la tipificación de los “paraísos fiscales”.

La expresión “paraíso fiscal” parece proceder de un error de traducción. El sintagma “tax haven” fue confundido con “tax heaven”, lo que transmutó el refugio (haven) en paraíso (heaven), y por eso se trasladó al francés como “paradis fiscaux” (paraísos fiscales), de donde lo sacamos nosotros.

Baltasar Garzón considera que en razón al uso y las consecuencias sociales que comporta para la sociedad de la que se evade el capital, deberían pasar de paraísos fiscales a vertederos sociales.

Disiento del Sr. Baltasar Garzón no tanto en el sustantivo “vertedero” como con el adjetivo “social”. A mi modesta opinión ya somos la clase obrera suficientemente denostada social y económicamente por el poder, como para que nuestro esfuerzo sea motivo de escarnio por los propios que nos explotan.
Si me permiten una licencia creo que lo podíamos tipificar como países: refugio para la usura

17/4/16

Fin de temporada (capitulo 3 del libro "No caminamos solos")



Después de seis meses de temporada en el Port de Sant Miquel de Ibiza, durante los cuales hubo de todo, El Maño, al que yo consideraba un amigo, se convirtió en tirano despótico. Es obvio que, para ser Chef de cocina, hace falta algo más que saber cocinar, es necesario talante y mano izquierda, amén, de personalidad y dote de mando.  Ninguno de estos dones la naturaleza había tenido a bien concedérselos. Obviamente nuestra amistad quebró.

A mediados del mes de octubre cogí un vuelo regular de Ibiza a Madrid. Era la primera vez que me subía a un avión, un bimotor de hélices, quiero recordar que tenía solo dos filas dobles de asientos, sí, recuerdo, que me llamó la atención la pronunciada inclinación del pasillo, elegí un asiento de ventanilla. Durante el trayecto pude disfrutar de la panorámica del mar, aquel que tanto me cautivo cuando llegué a Barcelona en 1963. Una hora y media después de despegar aterrizaba en Madrid muy ufano y con dinero.

Mi estancia en Madrid fue breve, visité a mi hermana que residía en el Cottolengo del Padre Alegre, sito por aquel entonces en el Barrio de Carabanchel, cercano a donde residía mi padre. Pasé unos días en casa de mis abuelos, no recuerdo cuantos, pero a buen seguro que fue una estancia corta. Cumplido mi cometido con la familia, regrese a Barcelona en el Talgo.

Durante la estancia en Ibiza, fui madurando la idea de volver a retomar el estudio, que por las circunstancias, había abandonado en tercero de bachillerato. Al regresar a la ciudad Condal, descubro que lo que en principio me parecía fácil, es complicado, ya que mi profesión no permitía por razón de horarios matricularme en ningún Instituto, ni por supuesto en Academia alguna, lo que me plateo un dilema, renunciar a un sueño –quería ser médico- o aceptar cualquier trabajo fuere el que fuese. No me fue fácil. Desde los dieciocho hasta los veinticinco años solo había trabajado en la hostelería, de casseroles en Suiza y de pinche a cocinero en Barcelona más una temporada en Ibiza.

Durante algunos meses pude vivir de mis ahorros y pagarme una academia privada, Unitec, sita en Ronda Universidad, dirigida por el profesor Joan Carulla. A fínales del mes de abril mi economía había menguado tanto que ya no disponía de recurso para pagarme las clases y aún quedaban más de dos meses para finalizar el curso y poder presentarme por libre en el Instituto Mila Fontanals a los exámenes de cuarto de Bachillerato, y si aprobaba de a la Reválida de Grado Medio.


Ante la tesitura de renunciar a las clases por falta de recursos, opté por hablar con el director Sr. Carulla, le expliqué mi situación y me dijo “no te preocupes algún día me lo pagaras”. A mediados de Junio me examine del cuarto curso de Bachillerato y una vez conocidas las notas de las asignaturas –todas aprobadas- me presenté a la Reválida, la cual también conseguí aprobar. Ningún título de los estudios que he realizado a lo largo de mi vida me han emocionado más que este. Ya podría poner delante de mi nombre el apelativo de Don.