Si hacemos memoria de la frecuencia con que en la prensa y medios audiovisuales aparecen editoriales, artículos e informes referentes a la longevidad de los ciudadanos de nuestro país y sus posibles consecuencias, se aprecia que es un tema recurrente en los medios de comunicación.
Se nos informa de que a medio plazo es decir, en un tiempo no superior a quince años la situación social en la que nos hallaremos será critica, seremos un país envejecido con un alto índice de dependencia, así como la imposibilidad de las arcas del estado de hacer frente al pago de las pensiones que nos permitan vivir con dignidad.
Las posibles soluciones argumentadas hasta el momento presente atenúan pero no resuelven el problema, tienen su génesis en el esfuerzo generoso de los asalariados. Estos se ven obligados adquirir planes de pensiones vitalicios, que sirvan para implementar el salario de la futura pensión; y/o deben alargar la edad de jubilación hasta los setenta años. Esta última opción nos retrotrae a tiempos pretéritos, las décadas de los años 50 y 60 en las que la edad de jubilación se ajustaba sobremanera a la edad de defunción del asalariado, lo que daba pie a la consabida frase ”pobre hombre, ahora que podría disfrutar se muere”.
Al analizar con detenimiento la información que los medios nos aportan, se aprecia que el análisis que se hace del término “esperanza de vida” es tendencioso ya que implícitamente se nos pretende hacer creer que la prolongación de nuestra vida respecto a la de nuestros antepasados es fruto de un proceso evolutivo y no consecuencia de las mejoras tecnológicas en los campos de la ciencia y significativamente en lo referente a las ciencias de la salud.
Un mero repaso de la historia de la humanidad, evidencia que la longevidad no es sólo inherente de nuestra época: numerosos personajes clásicos fueron longevos. Sin embargo, son superados por un porcentaje alto de nuestra población con edad superior a ochenta años. Así pues podemos deducir que la longevidad de la que disfrutamos no es atribuible a la evolución, si no al progreso en los medios de producción. En nuestros días el gasto físico para lograr una calidad óptima de vida es infinitamente menor que hace tres milenios, pero nuestro organismo envejece al mismo ritmo que él de los hombres y mujeres en la Grecia Clásica.
Este canto de eterna juventud pretende inculcar al ciudadano un neo-vigor que le ha de permitir (supuestamente) desarrollar su actividad laboral durante más años, implementándola con un capital humano del que obviamente no dispone la juventud, que no es otro que la experiencia.
Nos parece absurdo, que en una sociedad donde el trabajo es un bien escaso, que hace imposible la incorporación al mundo laboral de la juventud finalizado su ciclo formativo, se pretenda estimular subliminalmente a la población longeva a continuar en el entorno productivo.
Resulta frustrante observar como las expectativas depositadas en los avances tecnológicos que nos hacían presagiar una mayor libertad, no se han cumplido sino que paradójicamente han generado una mayor esclavitud. El uso indebido de los mismos en donde la equidad, valor ético en toda sociedad justa, ha sido desplazada por el individualismo fariseo del beneficio.
Ante la problemática que se nos anuncia de forma reiterativa y teniendo presente su repercusión social, donde una vez más “será la victima culpable”, es el momento de reflexionar como ciudadanos libres aportando ideas.
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