Son las cuatro y treinta minutos de la madrugada del 20 de noviembre de 1975. En el cuarto de enfermería de la sala de cirugía vascular, de un hospital de Barcelona, hay cierta algarabía; durante todo el día los medios de comunicación han informado de la posibilidad, que el Generalísimo fallezca en las próximas horas. En la nevera del office, hay varias botellas de cava en espera del feliz acontecimiento.
La sala es rectangular, con cuatro ventanales de dos hojas en cada pared, la altura del techo es de más de diez metros, entrando a su izquierda se haya ubicada el área de enfermería, enfrente el despacho de los médicos, a continuación se inicia un pasillo y a cada lado del mismo hay tres compartimentos, en cada uno de ellos cuatro camas, en total veinticuatro pacientes ingresados, al final de él se hayan, el comedor, el office, el almacén y los aseos. Esta noche a causa de una ventisca, la lluvia golpea las vidrieras y a través de las rendijas en los marcos se filtra un viento que aúlla. La única luz existente, es la que emiten los dos pilotos que aún funcionan, situados en los bajos del corredor.
En el parte de enfermería el turno de tarde ha dejado escrito que si hace una parada cardiaca el de la doce, que no se haga ninguna heroicidad, el paciente es terminal.
Un familiar reclama atención de enfermería. Con rapidez la enfermera va a atender la urgencia, hace salir del recinto al familiar al percatarse, que el paciente está en parada cardiorrespiratoria. Grita con fuerza ¡paro!, su compañera traslada el carro de paros a la habitación y la auxiliar coloca un biombo para separar la acción de reanimación de la visión del resto de los pacientes del habitáculo. Pasados unos minutos abandonan las maniobras de resucitación y llaman al médico de urgencias para que certifique su defunción. El médico comunica a los familiares el exitus de su pariente. Con posterioridad la enfermera les informa del proceso a seguir en estos casos.
Pasados unos minutos una enfermera dice:— ¡Marta!, por favor, llama en cuanto puedas al camillero del depósito e indícale bien dónde estamos, que es el nuevo.
—Sí, en seguida le llamo. ¿Está de guardia el que es tan tímido? Pregunta.
—Sí, es él mismo que el del otro día — responde Elena.
—Pues lo tenemos fino —afirma Marta.
Suena el teléfono en la unidad de enfermería.
—Sí, dime — pregunta Elena
—Te llamo de urgencias, te envío un paciente para la doce, que la tenéis vacía, está sedado.
— ¡De acuerdo! — cuelga el auricular —no nos dejan respirar — comenta.
—Marta nos manda un paciente para la doce, ¿ha venido ya el camillero?
—No.
—Llámale de nuevo, por favor.
—Sí, ahora mismo — responde Marta
Son las cinco cuarenta y cinco de la mañana, se produce la noticia, el dictador ha muerto. La euforia invade la unidad, deciden descorchar el cava que durante tantos meses han guardado. Un camillero de urgencias trae al paciente para la cama doce.
—Hola, dónde lo pongo —pregunta el camillero.
—No tengo aún la cama libre, todavía no ha venido el camillero del depósito, déjale junto a la cama doce en la camilla, ¡que está sedado!, cuando llegue el camillero lo pasaremos. —Tómate una copa de cava con nosotras para celebrar que ha muerto el Paco.
—Gracias, brindo por la libertad, salud.
—Salud.
El ambiente de euforia y optimismo se incrementa en la unidad, a medida que pasan los minutos nuevos compañeros se van adhiriendo a la celebración, todos se congratulan entre abrazos y risas y alguna lágrima también brota.
El camillero de la morgue, después de recorrer el hospital en busca de su cadáver, encuentra la sala de cirugía de vascular, entra y observa que en área de enfermería están celebrando algo; no les interrumpe y entra hasta la habitación numero doce, junto a la cama está la camilla. “Que bien funciona este turno” comenta en voz baja. Igual que ha entrado sale de la sala sigilosamente empujando la camilla, y se dirige al depósito ubicado en los sótanos del hospital.
La morgue es vetusta, consta de una sala de necropsias y una cámara frigorífica de unos veinte metro cuadrados, donde hay dos hileras de mesas de mármol verde con ranuras laterales, con la inclinación necesaria para que pueda escurrir por ellas, los fluidos corporales que son recogidos en dos recipientes colocados al efecto. En el interior de la cámara, la luz la proporcionan dos fluorescentes, una gruesa puerta de madera de color marrón la cierra.
—Aún está caliente, me será más fácil colocarlo sobre la losa —comenta en voz alta.
Después de depositarlo sobre la mesa de mármol con prontitud, el hedor del ambiente es penetrante, hay varios cadáveres más en espera de la necropsia, sale con rapidez y cierra la puerta de la cámara frigorífica. Se deja caer sobre la silla a esperar al turno de mañana, el sueño le va venciendo, de pronto, entre cabezada y cabezada oye un fuerte golpe en el interior de la cámara.
— ¡Hostias, se debe haber caído! — grita.
Se levanta rápidamente y se dirige a abrir la puerta de la cámara. Al hacerlo se encuentra con el paciente, que instantes antes había colocado sobre la mesa de mármol, de pie que le pregunta a gritos.
— ¿Qué coño hago aquí?
Un grito desgarrador invade todo el hospital
— ¿No me digas que ha resucitado el Paco?
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