Realizar un autorretrato literario, no me resultar fácil. Sin embargo, el principio de un camino comienza con el primer paso, así que adelante.
Me miro en el espejo y observo mis rasgos físicos, esos que veo cada día al afeitarme, y, es curioso casi me resultan desconocidos, quizá porque hace demasiado tiempo que no reparo en ellos.
Tengo la tez de color moreno aceitunado, herencia de las gentes del sur de donde era mi abuela. Hay cicatrices de la vida marcadas en el rostro y los ojos delatan el cansancio de tanto mirar para otro lado. El cabello negro, al igual que las cejas, y la barba se han tornado de color gris, como las cenizas de un ascua que se apaga. La comisura de los labios ya no esboza una sonrisa, la arquea el peso de la experiencia.
Dice un refrán popular: La cara es el espejo del alma. ¿Es la imagen del espejo, el reflejo de mi alma? No lo sé. Vuelvo la mirada a mi interior para observar mi conciencia y narrar lo que siente: He sido un guerrero, así suena mi segundo apellido, un guerrero social que creyó que podría cambiar el mundo, participé en todas las guerras, pero jamás gane una batalla. Hice de la libertad mi estandarte y trate de ser consecuente. Amo la amistad: es el amigo un baluarte para la vida. El miedo y el perdón son algunas de las flaquezas de mi alma.
Creo que existe una Verdad Universal, de la que todos poseemos una parte, como en un puzzle, para contemplarla las hemos de acoplar. Al final hemos de desaprender lo aprendido, para hallarnos.
1 comentario:
Genial aunque breve, como todo lo que escribes, un abrazo Antonio.
Publicar un comentario