Existen misterios indescifrables a los que solo podemos acercarnos desde la fe. Cuando aún siendo un crio comencé a tener curiosidad, me costaba entender desde mi razón, el gran misterio de la Santísima Trinidad. A mí curiosidad insaciable la pretendieron cercenar de raíz, con la clásica respuesta categórica a la que no cabe apelación: “es dogma de fe” me dijeron. Hoy existen misterios mundanos indescifrables en los que también es necesario “el dogma de fe” para aceptarlos, cual son los financieros “especuladores”. Entes incorpóreos que transitan por el mudo intrincado del “mercado”, que están haciendo hincar la rodilla a los estados democráticos y situando a sus cuídanos al borde de la penuria.
A la situación social actual no hemos llegado de la noche a la mañana, hoy recogemos los efectos de un proceder diseñado por la Escuela de Economía de Chicago liderada por Milton Friedman, premio Nobel de Economía (1976), que promueve el neoliberalismo económico, teoría que pretende reducir la intervención estatal en materia económica y social defendiendo el libre mercado como mejor garante del equilibrio institucional y el crecimiento económico de un país.
Tanto Margaret Thatcher primer ministro del Reino Unido (1979 a 1990) como su homologo Ronald Reagan presidente de los EEUU (1981 a 1989) fueron los artífices de llevar a términos las políticas económicas neoliberales: El poder político no debe, según ellos, tener influencia alguna en los movimientos de capital y en los negocios de las multinacionales, aunque vaya en detrimento del propio país que lo permite.
En nuestro entorno las operaciones de privatización de empresas públicas (EP) (desregulación e introducción de criterios “mercantiles”) empiezan a ser significativas en España a partir de 1985 (de forma más acusada a partir de la legislatura del Presidente José María Arnaz López (1996). Se aplican políticas acorde con el neoliberalismo: el mercado todo lo regula.
Unos años de bonanza, fruto de una la ley (Ley del suelo 13 de Abril 1998) que permite a los Ayuntamientos convertir terrenos agrícolas en urbanizables, genera una eclosión en la construcción, que propicia una demanda de mano de obra que contribuye a un proceso regresivo de tasa de paro. Por encima del 20% en 1998; al 8% en el 2008, década a la que podríamos denominar “la prodigiosa del ladrillo”.
Un ejemplo claro de éste sentir lo tenemos en la respuesta del Ministro de Economía Sr. Rodrigo Rato (El País Canadá 20/11/2003) a una interpelación del periodista sobre el coste de la vivienda en España: "La causa primordial, sin duda alguna, es que en España hoy se construyen 700.000 viviendas y se venden. Por lo tanto, no busquemos tres pies al gato. Quiero recordar que esas viviendas son 475.000 más de las que se construían hace ocho años. No creo que haya muchas industrias en España que hayan aumentado su producción en ese porcentaje y, sin embargo, los ciudadanos las compran".
Lo que para una minoría de los ciudadanos era obvio, que basar el crecimiento económico de nuestro país PIB: Valor de los bienes y servicios finales producidos por una economía en un determinado periodo de tiempo (generalmente un año), en la construcción suponía un error. Para nuestros políticos era el referente de una buena salud económica, gracias a lo acertado de sus políticas laborales. Una tasa baja de paro y un crédito hipotecario asequible al adjudicar hipotecas a largo plazo a 30, 40 y 50 años, permite a la banca cubrir prácticamente sin avales su elevada demanda para la adquisición de una vivienda, a todas luces sobrevaloradas por la especulación.
La década “prodigiosa” fomenta en las familias la demanda de crédito, haciendo que estas endeuden por encima de sus posibilidades ante el espejismo económico, un “ídolo de pies de barro”. La facilidad con que la banca otorga crédito de “alto riesgo”:(debido a su tipo de trabajo, nivel de ingresos o historial de crédito del solicitante) no es gratuita para el cliente, al que se le aplica unos intereses más altos y se cobran comisiones más elevadas que en las habituales, al tener en cuenta su mayor nivel de riesgo.
Al pairo de la bonanza económica surge un nuevo espécimen social, el empresario “neoburges” , un proletario que “se ha hecho a sí mismo” que encuentra en la oferta y la demanda su mejor arma especulativa para la maximización del beneficio. El mundo del trabajo pierde la conciencia de clase ya nadie es un “obrero”: como mínimo especialista. El estado actual de la situación es fruto de la codicia de los acreedores y de la falta de cultura financiera del “obrero”. Obviamente en el reparto de culpabilidad hay grados, la verdadera artífice de la crisis es una banca especulativa. Porque en la penitencia está el castigo para el ciudadano por escuchar sus “cantos de sirenas”.
Esta crisis debería hacernos reflexionar, no solo sobre las causas, sino sobre las posibles alternativas al sistema que la ha generado. Un sistema basado en el crecimiento, producción y consumo, y cuya educación no tiene como objetivo formar ciudadanos provistos de valores, saberes y capacidades que fomenten en él la curiosidad y el escepticismo, esencias de toda razón crítica. Sino una educación subordinada completamente a la producción, instruyendo al ciudadano en valores y comportamiento de empresa: conocimientos, destrezas y actitudes.
En nosotros se halla la semilla del cambio: renunciando a la demagogia victimita, a favor de una actitud de acción, no debemos seguir indiferentes ante aquello que creemos que no funciona o es injusto. Hay que, “¡Indígnese!” (Indignez-vous), como dice el autor Stéphane Hessel en su libro. Por qué un mundo mejor aún es posible.
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