¿Cómo dar sentido a algo sin sentido, me pregunto?
Así comienza mi peregrinar por el mundo al amanecer de cada día, me levanto cansinamente y me dirijo al cuarto de baño, donde me enfrento cada mañana a ese juez severo pero realista que es el espejo. Y es curioso, apenas me reconozco. Soy cual lamparilla de aceite que fluye en el mar de la existencia, una llama tenue que se agita con cada suspiro de un recuerdo, ya no hago historia, soy historia.
Con el transcurrir del tiempo la experiencia me ha despojado del aliento vital de la esperanza, ella me hizo avanzar por el desierto de la vida en pos de un espejismo de felicidad. Ahora a mi edad ya he alcanzado todo lo que podía alcanzar, a pesar de que hay quienes opinan que aún se puede avanzar más. Tal vez sea cierto pero, ¿En busca de qué? y ¿Cuál es el camino?
Cuando en la soledad del “retiro” hago balance de mí hacer, descubro no sin dolor, que me deje por el camino muchas pequeñas cosas por realizar: un beso, un abrazo, un instante de juego, un leerle un cuento. Por ¡Un más tarde! o ¡Seguro que mañana! Momentos todos ellos irrepetibles para aquellos que los reclamaban, mi inconsciencia quebró en ellos el deseo de una ilusión. Ahora su evocación deja muescas en mí corazón.
Durante años creí que todo aquello que me sucedía era un mal sueño llegando a confundir la realidad como “Segismundo”: que toda la vida es sueño. Tal vez la muerte sea el despertar o quizás: “el hombre sea un ser para la muerte” (Existencialismo). La sociedad de hoy tiende al más puro nihilismo donde es más importante “tener que ser” cuyo devenir es la ausencia de valores.
En este desandar el camino en busca del “sentido”, se agolpan en mi mente recuerdos de la infancia que al evocarlos descubro, un sentimiento del que nunca fui consciente al ser tan propio y natural para mí como el nuevo día, la confianza en la vida “mi madre”, era la luz en mi universo, ella todo lo hacía posible. La pérdida de mi madre a una edad temprana arruino mi “confianza radical” en la vida y por ende en el dios que ella creía. La crisis existencial que hoy me abruma siempre ha estado latente en mí, pero el furor de la batalla por la vida (social) la ha enmascarado.
El sentido de la vida no lo encuentro en las cosas (el ente), ni el todo vale me exculpa para alcanzarlas. He de recuperar la confianza radical en la vida (el ser), cual neonato en las ubres de su madre. Por qué en verdad somos —así lo pienso— seres que buscamos con afán al otro para poder con él y más tarde al evocar su recuerdo, alimentar al alma.
2 comentarios:
Bueno, despierto sin que haya despuntado el día y me embarga la emoción del próximo amanecer. Por fin amanece y lo "aspiro" en un suspiro fugaz. Entonces, espero con ilusión, mientras hago las cosas cotidianas que tan poca importancia tienen y que tan importantes son, a que el sol llegue a su cenit, el mediodía brillante y vivificador que me hace sentirme pleno de nuevo, en un instante, el presente de la felicidad es muy fugaz, pasa la magia y me realimento soñando con la próxima puesta del sol, su apoteosis, su ternura, su sabor agridulce de finitud... ¡Ah, la noche y sus estrellas infinitas tan eternas y silentes! Ya ha pasado el ruido de los noticiarios con todo la que pasa sin que hayamos participado. ¿Hubieramos podido? ¿Hubiera servido de algo? No. Los grandes acontecimientos tienen vida propia ajena a nuestra pequeñez a la que hemos de mimar como se mima a un bebé.
No existe mejor antídoto contra el dolor del alma que la voz amorosa de un amigo, gracias Luis mi buen amigo.
Antonio
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