21/10/11

La primera experiencia…

Hace más de tres meses que no escribo nada sobre mis recuerdos. A consecuencia de la convulsa situación sociopolítica en toda Europa y las expectativas— convocatoria electoral — de un cambio en la gobernanza del país. Conclusa la misma y frustrada la esperanza de un “sueño”. Me pregunto ¿Dónde hay que vivir? ¿Tal vez, en el interior de uno mismo, en la intimidad?, en la que nuestros recuerdos se entrelazan para crear las imágenes del tapiz de nuestra historia. Hoy comienzo a tejer un nuevo episodio de mi historia.

Al cabo de unas semanas de trabajo en el restaurant, mediante un chapurreo multilingüe me fui comunicando con los compañeros más próximos. De entre ellos con el que más me relacionaba era con Kurt, un joven alemán unos años mayor que yo. Estaba encargado del almacén de suministros para la cocina. Solíamos coincidir en el turno de trabajo, y el hecho de que el almacén estuviera ubicado próximo a mi lugar de trabajo —“casserolier” responsable de limpiar todos los utensilios necesarios para cocinar véase: marmitas, ollas, cacerolas, cazos, rustideras para el horno, sartenes etc. de todo tipo y tamaño— nos permitía “dialogar” o algo parecido, lo que propició el resurgir de una cierta amistad.

Kurt era un joven impetuoso que siempre andaba de un sitio para otro, del almacén a la cocina y cuando no recogía en el muelle de descarga, situado en la parte trasera del restaurante, lo que llegaba, si eran productos frescos llevarlos a la cocina, si no lo eran los almacenaba. Recuerdo una anécdota que sucedió a consecuencia de su vitalismo. La puerta del almacén que daba acceso a la cocina era de vidrio y se abría automáticamente. Él siempre confiaba en su apertura automática —técnica alemana me decía— pero en más de una ocasión su velocidad era superior a la acción de apertura, lo que hacía que se diera de bruces con el vidrio de la puerta. Ya habíamos comentado que un día su ímpetu sería superior a la tecnología y así sucedió, hubieron de reponer la puerta de vidrio, el potencial alemán fue superior a la velocidad de la “luz”.

Cuando coincidíamos en el turno de tarde solíamos ir a tomar unas “Bier” a un bar situado en el recinto de la Exposición, donde a la vez que saborear unas cervezas, podíamos deleitarnos escuchando—al aire libre— música de Jazz, que solían tocar distintos grupos orquestales. El Jazz y los influjos del alcohol diluían mi marcada timidez, lo que provocaba en mí una total y absoluta inhibición que me hacía ser capaz de atreverme con todo, incluso de dirigirme de forma disoluta a cualquiera de las chicas presentes en la terraza.

Esta confraternidad me permitió mi primera experiencia amorosa. Kurt solía ir con frecuencia a una especie de verbena que tenía lugar los viernes por la noche en el recinto de la exposición, era una carpa situada próxima al lago Lemán. Él siempre me invitaba a que le acompañase, pero yo rehusaba con alguna excusa para no hacerlo. La razón no era otra que mi timidez, a pesar que me apetecía, pero nunca lograba vencerla. Yo tenía una pequeña radio con la que escuchaba cada día Radio España Independiente. Era como tener un cordón umbilical sonoro que me alimentaba y me mantenía próximo a los míos. Supe a través de ella que se estaba jugando en España la copa de Europa de selecciones nacionales, pero poco más. Como buen aficionado al fútbol, Kurt estaba a la orden del día del acontecimiento que se estaba desarrollando en España.

El día que España venció a Rusia en la final de la copa de Europa, ese día me tocaba turno de tarde. Yo no estaba al corriente del evento. Después de la cena del personal, y antes de comenzar a servirla a los clientes, me abordó Kurt un tanto excitado. Apenas podía entender lo que me quería decir con tanta urgencia. Por fin supe que éramos campeones de Europa. En recompensa a tan gran victoria, me exigió que el próximo viernes no hubiera excusas para no acompañarle a bailar. No tuve más remedio que aceptar, lo que para mí era todo un reto. Le di mi palabra, y esbozó una sonrisa un tanto maliciosa.

Durante toda la semana tuve un sentimiento compartido de deseo y temor. No podía quitarme de la cabeza el compromiso que había contraído. Es más, Kurt no paró de recordármelo. Llegó el día de ser fiel a la palabra dada. Cual Quijote me enfrentaba contra los molinos de viento que eran mis miedos. Debía de enfrentarme a una realidad nueva para mí, sacar a bailar a una “chica”, además con el agravante de no poder expresarme de forma fluida, dado mi escaso dominio de la lengua de Voltaire.

Llegamos puntuales, sobre la ocho de la tarde, al baile. El ambiente era de lo más festivo. Ya había gente bailando en la pista. Fuimos derechos a la barra para que nos sirvieran dos jarras de cerveza, y nos sentamos en una mesa donde ya lo hacían varios jóvenes. Después de dar un vistazo al entorno, observé que no solo los chicos sacaban a bailar a las chicas, sino que ocurría de forma indistinta. Kurt no tardó en dejarme solo ante el peligro. Invitó a una rubia— “teutona” de ojos azules, carrillos sonrosados, de amplias caderas y generosos pechos— a bailar, y desapareció. Estando sumido en mi muda soledad, de repente escuché “danse avec moi s'il vous plaît“.

En principio no presté atención. No creí que se estaba refiriendo a mí, pero como no había ninguna otra persona sentada en la mesa, contesté: perdón “je ne comprends pas Français”. Era cuento sabía de francés. Ante mi cara de sorpresa, ella me cogió de la mano y me señaló la pista de baile. Cogido de su mano y asustado, nos dirigimos a la pista de baile. No era una “chica”, sino una mujer—para mí— de unos veinticinco o treinta años, de la que no recuerdo su nombre. Aún recuerdo: su silueta bien proporcionada, sus ojos claros, cabello castaño y tez blanca.

Bailamos varias piezas sueltas. Su forma de interpretar los ritmos de las melodías, mediante un insinuante contoneo corporal me excitaba, pero lo más pasional vino cuando comenzaron a sonar en la carpa melodías—lentas— intimistas. Ella sorpresivamente me estrechó con sus brazos y pude sentir la turgencia de sus senos. De repente sus labios con delicadeza besaron los míos. En ese éxtasis pasional, de forma súbita, sentí como su lengua se introducía en mi boca casi hasta la campanilla. ¡Será guarra!, pensé. Pero la excitación pudo más que la “cordura”. En una noche de verano a orillas del lago Lemán perdí mi virginidad. Mi primera experiencia sexual, que nunca olvidaré, por o a pesar de la lengua.

3/10/11

Contemplación

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Hace algún tiempo, realice mí autorretrato literario, decía: Me miro en el espejo y observo mis rasgos físicos, esos que veo cada día al afeitarme, y, es curioso casi me resultan desconocidos, quizá porque hace demasiado tiempo que no reparo en ellos.
También detallaba los mismos tratando de interpretar en ellos mi historia vital, comentaba: Hay cicatrices de la vida marcadas en el rostro, y los ojos delatan el cansancio de tanto mirar para otro lado. El cabello negro, al igual que las cejas y la barba, se han tornado de color gris, como las cenizas de un ascua que se apaga. La comisura de los labios ya no esboza una sonrisa, la arquea el peso de la experiencia.
Hoy “siento” que el observador y lo observado, si bien son un todo global, son entes diferentes a los que el tiempo no afecta por igual.
Mi imagen reflejada en espejo es objetiva como lo son: los dolores articulares, la pérdida auditiva y de visón, y, el candor de mis nietos que me hacen saber que me tiemblan las manos. Un análisis empírico de la razón así lo confirma, pero “el corazón tiene razones que la razón no entiende”.
Cuando logro despojarme de mi armadura, descubro no sin sorpresa, que el observador que contempla la imagen reflejada en el espejo no tiene edad. Es un ser que todo lo tiene pero nada posee. Su génesis el amor que se hace palabra. Su destino el retorno al silencio para “nacer”.

1/10/11

Razones para amar

 
pacto de amor

La responsabilidad sin amor nos hace desconsiderados;

la responsabilidad con amor nos hace solícitos.

La justicia sin amor nos hace duros;

la justicia ejercida con amor nos hace fiables.

La educación sin amor nos hace contradictorios;

la educación recibida con amor nos hace pacientes.

La inteligencia sin amor nos hace ladinos;

la inteligencia practicada con amor nos hace comprensivos.

La amabilidad sin amor nos hace hipócritas;

la amabilidad que brota del amor nos hace bondadosos;

El orden sin amor nos hace mezquinos;

el orden conservado con amor nos hace generosos;

La pericia sin amor nos hace querer llevar siempre la razón;

la pericia desplegada con amor nos hace dignos de confianza.

El poder sin amor nos hace violentos;

el poder detentado con amor nos hace serviciales.

El prestigio sin amor nos hace altaneros;

el prestigio asumido con amor nos hace humildes.

Las propiedades sin amor nos hace avariciosos;

las propiedades utilizadas con amor nos hace desprendidos.

La fe sin amor nos hace fanáticos;

la fe vivida en amor nos hace pacíficos.

 

(Anónimo)