El Roto
25/1/12
12/1/12
Homo Balbus
En un escrito remitido por Stephen Hawking a los congresistas presentes en el simposio celebrado en la Universidad de Cambridge, en su honor por su setenta aniversario decía: No creo que sobrevivamos otros mil años sin escapar de nuestro frágil planeta. Sin pretender cuestionar a Hawking, a tenor de nuestro comportamiento, lo pongo en duda y me inclino más a pensar que en unas pocas centurias la Diosa Gea se librará de nosotros.
Las enfermedades infecciosas producidas por las bacterias han supuesto un azote indiscriminado para la salud de los seres que han poblado la Tierra, y las causantes de su elevada mortalidad. En 1928, un científico británico, Alexander Fleming, descubre accidentalmente la penicilina en el curso de sus investigaciones sobre la gripe. Fleming notó que un moho que contaminaba una de sus placas de cultivo había destruido la bacteria cultivada en ella. Este hecho casual, y la sagaz curiosidad de un científico, abrieron el camino al tratamiento de las enfermedades infecciosas.
Hoy el panorama que los científicos nos auguran no es muy halagüeño. Fruto de uso y abuso indiscriminado de antibióticos, hemos generado bacterias resistentes a los mismos. Quizás algunos se pregunten cómo hemos llegado a esta situación. Es ahora cuando se comienza a recomendar su utilización racional y correcta, obviamente haciendo a la victima (paciente) culpable de su mal uso hasta la fecha. Recientemente se ha publicado que: Un grupo ambientalista ha encontrado grandes cantidades de bacterias resistentes a los antibióticos en la carne de pollo comprado en los supermercados alemanes. Causado por el uso masivo de antibióticos en las granjas industriales a consecuencia del hacinamiento de los animales para la producción.
El consumo de proteína animal en la actualidad es tan elevado que el número de animales para cubrir la demanda supera al de los humanos en proporción de tres a uno. Los animales domésticos vierten a la atmósfera—según estimaciones— 80 millones de Tm/año de metano. Si bien la duración del gas metano (CH4) en la atmósfera es más corta— unos 10 años— que la del dióxido de carbono (CO2) —entre 50 y 200—, su repercusión en el efecto invernadero es superior por la retención de más calor que el CO2. Para cubrir la demanda de proteína animal del “primer mundo” —un tercio de la población— la deforestación es necesaria y generar grandes extensiones de terreno destinado a pastos para el ganado, lo que conlleva el consabido deterioro de la tierra y la contaminación de las aguas.
La globalización de los mercados si bien ha generado desarrollo en determinadas áreas geográficas propiciando países emergentes como por ejemplo Brasil y China como los más significativos, no es menos cierto que ello ha acarreado un nuevo lumpen proletariado. El virus del consumismo se ha instalado en ellos. Todo es lícito para “colmar” el deseo. Hace unas semanas la empresa de la manzana anunció en Pekín la llegada del nuevo iPhone 4. Desde el momento en que se anunció su venta en las tiendas de Appel para dentro de unos días, se formaron colas de nuevos “consumidores” para adquirir el nuevo iPhone 4, a pesar de las extremadas temperaturas reinantes en la ciudad. Llegado el día de la venta, esta se tuvo que suspender por el peligro físico que corrían los dependientes ante la avalancha de compradores. Tuvo que intervenir la policía para calmar los ánimos de los frustrados clientes.
Estos breves comentarios son solo una pequeña muestra de la nula actitud ante los hechos que socavan nuestra relación con el planeta. Pienso que la predicción de Stephen Hawking solo se cumplirá en parte “no creo que sobrevivamos otros mil años”. Intuyo que el ser humano está sufriendo—lenta pero irreversible— una mutación fruto de su ceguera, que nos avoca a nuestra extinción.
Cuando por nuestra estupidez hayamos desaparecido como especie, los nuevos habitantes de Gea—nuestro planeta azul—venidos del espacio, sus Paleontólogos al estudiar nuestros restos se sorprenderán por nuestra regresión del Homo Sapiens al Homo Balbus como nos tipificarán. Cuya característica anatómica más esencial, será la rigidez del dedo índice por ausencia de articulaciones, en una gran mayoría, de la mano derecha. Estoy seguro que serán cientos de conjeturas para hallar la razón de la utilidad de tal apéndice. Nunca sabrán que fue el principio del fin de nuestra especie. El teléfono táctil.
La libertad
Recuerdo que un día mi padre me dijo: "la vida enseña más que los libros". Con el transcurso de los años al volver la vista atrás, quizás no le faltaba razón.
Eufórico por la conquista amorosa que sin gran esfuerzo por mi parte había logrado en el baile el viernes anterior, me dispuse a reclamar tributo a la plaza conquistada. Supuse —errónea suposición— que de mi dote de “macho hispano” emanaba un influjo, que se hacía irresistible a los ardientes deseos amorosos de las lugareñas. Esta vez fui yo el que de manera reiterativa rogué a Kurt que el próximo viernes fuéramos de nuevo al baile. Él sonreía maliciosamente, a la vez que me decía, agitando su mano con el pulgar y meñique extendido, gut, gut und e, bueno…bueno e.
Por fin el paso inexorable del tiempo—para mí esa semana más lento de lo habitual—, hizo posible el viernes deseado. Me acicalé con mis mejores galas y perfumadas con Varón Dandy. Me dispuse acompañado de mi fiel escudero Kurt a reclamar los favores “Droit de cuissage” —derecho de pernada—de la dama “teutona” de turgentes senos. Una vez en el recinto lo escudriñe —con una cierta ansiedad— en búsqueda de su presencia, y la localicé muy acaramelada con otro joven. Sentí en mi interior el dolor de la ofensa que produce la infidelidad. ¿Cómo podía ser? Por fin pude bailar con ella y como pude, le hice saber de mi sentimiento. Ella, esbozando una sonrisa me dijo “hier, c'était hier et d'aujourd'hui est aujourd'hui, au revoir Anthony” (Ayer era ayer y hoy es hoy, adiós Antonio). Al recordar el hecho descubro que fue la primera enseñanza de la vida—como decía mi padre— sobre la libertad que no es otra que el “Yo elijo”.
Dicen que el dolor de una perdida lo calma el gozo de un encuentro. Por aquellos días llegó a la Escuela de Hostelería de Lausanne, una nueva gobernanta al departamento de lencería. Era una mujer de nacionalidad Argentina de unos treintaicinco años. Mi amistad con ella se fue fraguando con el paso de los días, todo y que con el resto de compañeras—españolas— de la lavandería no tenia, por diversos motivos, ninguna relación, a buen seguro los comentarios sobre mí, he de suponer, no debieron ser muy positivos. Ella durante el transcurso, breve pero intenso de nuestra relación, jamás me comentó nada a favor o en contra de ellas, lo que dice mucho en su favor.
Su nombre, como buena sudamericana compuesto, respondía a María Rosa. Dominaba diversos idiomas —italiano y francés— poseía, al menos para mí, una vasta cultura y obviamente una extensa experiencia de vida. Sus relatos me embelesaban y a los diálogos que sosteníamos, siempre apasionados y vehementes por mi parte, fruto de la exaltación de la juventud —de su “Marco” Antonio como me llamaba—, ella oponía su atención silenciosa. Eran como un combate de boxeo entre un fogoso e inexperto púgil (yo) y un avezado estilista (ella). Su generosidad permitía que ganara a los puntos.
Ella me abrió a la cultura y me enseñó la importancia de escuchar al otro —pienso que desafortunadamente no lo logró—. Aun a día de hoy es mi asignatura pendiente. Me mostró la opera para que aprendiera a gozar del bel canto. Me llevó a saborear la genuina pizza italiana. Al concluir la Exposición me regaló un diario en mí cumpleaños que aún conservo con una dedicatoria que decía:
12/10/64 A”Marco Antonio” con mis más profundos deseos de felicidad para este aniversario y todos los venideros de tu circunstancial compañera en Suiza que desea que este diario contenga solo pensamientos tan bonitos como los que yo he tenido oportunidad de oír. Espero que el destino o lo que sea nos vuelva a enfrentar en algún otro sitio del mundo. María Rosa Gatti.
Italia 2422 Martínez Buenos Aires – República Argentina.
Aprendí que es la libertad por partida doble, no podemos retener y hemos de ser generosos con el otro.
A ti María Rosa allá donde estés con todo el cariño de tú Marco Antonio
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Relatos de una vida (1945/1964)
6/1/12
Que cunda el ejemplo
Hoy al desayunar: café con leche y una porción de roscón de Reyes. He tenido la suerte de que me ha tocado el Rey y como dice la tradición no me toca pagarlo—como cada año— he pensado el día empieza bien. Al ojear el diario la Vanguardia ha reclamado mi atención un artículo: El desgobierno de la salud. Lo he leído con avidez, finalizada su lectura, me ha venido a la mente el affaire Dreyfus (finales del siglo XIX), época en la que se acuño el término Intelectual: El intelectual es el que mantiene relaciones privilegiadas con la razón y la verdad. Hago votos porque cunda el ejemplo y nuestros “Intelectuales” nos liberen del sopor en el que “la crisis” nos ha sumiso.
El desgobierno de la salud (artículo de la Vanguardia 6/1/2012)
Habituados a ser usuarios de un sistema público de salud universal, de calidad y gratuita, cada vez más ciudadanos temen hoy caer enfermos y no ser debidamente atendidos. Y no les faltan razones para estar asustados. El Govern presidido por Artur Mas ya ha empezado a trocear en pequeñas empresas públicas participadas por el capital privado el Instituto Catalán de la Salud (ICS), presentado hasta anteayer como la alhaja del Estado de bienestar catalán. Y en el año transcurrido desde que se hizo con las riendas del poder ha suprimido numerosos ambulatorios, ambulancias y camas; aumentado en más de un 20% las listas de espera; eliminado entre el 30% y el 40% de las intervenciones quirúrgicas y amedrentado al colectivo médico y sanitario, sometido a reducciones de sueldo y plantillas, y a condiciones de trabajo cada vez más abruptas. Entre tanto –como es y será de esperar– proliferan las denuncias de particulares que vinculan fallecimientos de familiares con semejante amputación, tan amenazante que está impulsando la contratación de pólizas privadas. Y el 25 de octubre pasado, justo en medio de la vorágine, el conseller de Salut de la Generalitat, Boi Ruiz, proclamó de viva voz su ideario: la salud “es un bien privado que depende de cada ciudadano y no del Estado”; los pacientes son responsables exclusivos de su enfermedad; y “no hay”, en definitiva, “un derecho a la salud porque esta depende del código genético de la persona, de sus antecedentes familiares y de sus hábitos”.
Acabáramos. Las iniciativas y declaraciones de Ruiz –ex presidente de la patronal de la sanidad privada concertada– revelan un extremismo neoliberal cuya simpleza resultaría caricaturesca de no ser siniestra: la salud pasa por ser un bien privado, y por tanto una mercancía cuyo valor de cambio depende del poder de compra de cada sujeto. Tal postura delata, como es notorio, una noción elitista, deshumanizadora y economicista de la red pública, un sofisticado fanatismo dispuesto a sacrificar los valores y fines públicos en el altar del mercado. Y ello a pesar de que Ruiz y el bipartito al que se debe forman parte de una tradición sociopolítica que se atribuye presuntas raíces cristianas.
Si nos atenemos al “por sus frutos los conoceréis”, del evangelista Mateo, la realidad se revela muy otra, sin embargo. Los frutos, acciones y omisiones de Ruiz –y de tantos tecnócratas que asuelan la gobernanza democrática– atentan contra la médula del mensaje cristiano, basado en la exhortación a la compasión, la fraternidad y la solidaridad, y en la conjugación de lo personal y lo comunitario. Obcecado por una mística de la rentabilidad que le impide advertir hasta qué punto los muy privados desmanes del capital financiero han perpetrado esta crisis, él y su Govern olvidan que el ser humano posee una doble condición natural y cultural, es decir, biológica y social a un tiempo. Y que su salud, por consiguiente, mejora o empeora en función de las circunstancias sociales en que transcurre su vida, además de depender de su dotación genética, hábitos y accidentes. Lejos de ser neutras, las ideologías y praxis políticas tienen el poder de promover el bienestar y el malestar de los ciudadanos, que sólo pueden ejercer su libre albedrío si quienes gobiernan promueven contextos y entornos con la responsabilidad que les corresponde.
Desde sus inicios hasta la hora presente, el capitalismo ha propiciado el padecimiento físico y psíquico de quienes sufren más su dominio. Las causas hay que buscarlas en las draconianas condiciones de sus cadenas y ritmos de trabajo, basadas en la maximización del beneficio a costa de la conversión de los asalariados en cosas y mercancías. En su producción estructural de la pobreza y la miseria, consonante con su endémica degradación y expolio de la biosfera. O en la generalizada ansiedad –y el socavamiento de la personalidad– que la marginación, el hacinamiento y la precarización de crecientes sectores de la población propician.
A lomos de la ideología neoliberal, cuyo galope agosta las democracias, el hipercapitalismo se distingue por socializar las pérdidas a costa de las clases medias y sobre todo de las subalternas, y por privatizar las ganancias en casi exclusivo beneficio de las élites del poder, hoy mucho más concurridas que antaño. Embaucadas desde los años noventa por un espejismo de riqueza que las hizo cómplices del desafuero especulativo, las mayorías menesterosas pagan ahora la más gravosa factura de esta crisis, incluido el venal desmontaje de los sistemas de salud públicos. Y cargan, además, con el coste físico y psíquico de un sistema de dominio basado en la deliberada explotación de la precariedad y el miedo. Cada vez más, las personas son tratadas como náufragos dejados a su suerte, mientras aumenta a todas luces la desigualdad en la distribución de la riqueza, como no ha dejado de hacer en los últimos treinta años. Y mientras cunde, asimismo, ese sálvese quien pueda que resume la deriva reaccionaria del Govern presidido por Artur Mas, cuya pulsión neoliberal se aparta del ideario socialcristiano de su mentor, Jordi Pujol, y alienta políticas que atentan contra el espíritu del cristianismo, contra la ética y los principios de la justicia y, en suma, contra la herencia del humanismo entero.
LL. DUCH, antropólogo y monje de Montserrat .
A. CHILLÓN, profesor y director del máster en Comunicación, Periodismo y Humanidades, UAB
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