La libertad
Recuerdo que un día mi padre me dijo: "la vida enseña más que los libros". Con el transcurso de los años al volver la vista atrás, quizás no le faltaba razón.
Eufórico por la conquista amorosa que sin gran esfuerzo por mi parte había logrado en el baile el viernes anterior, me dispuse a reclamar tributo a la plaza conquistada. Supuse —errónea suposición— que de mi dote de “macho hispano” emanaba un influjo, que se hacía irresistible a los ardientes deseos amorosos de las lugareñas. Esta vez fui yo el que de manera reiterativa rogué a Kurt que el próximo viernes fuéramos de nuevo al baile. Él sonreía maliciosamente, a la vez que me decía, agitando su mano con el pulgar y meñique extendido, gut, gut und e, bueno…bueno e.
Por fin el paso inexorable del tiempo—para mí esa semana más lento de lo habitual—, hizo posible el viernes deseado. Me acicalé con mis mejores galas y perfumadas con Varón Dandy. Me dispuse acompañado de mi fiel escudero Kurt a reclamar los favores “Droit de cuissage” —derecho de pernada—de la dama “teutona” de turgentes senos. Una vez en el recinto lo escudriñe —con una cierta ansiedad— en búsqueda de su presencia, y la localicé muy acaramelada con otro joven. Sentí en mi interior el dolor de la ofensa que produce la infidelidad. ¿Cómo podía ser? Por fin pude bailar con ella y como pude, le hice saber de mi sentimiento. Ella, esbozando una sonrisa me dijo “hier, c'était hier et d'aujourd'hui est aujourd'hui, au revoir Anthony” (Ayer era ayer y hoy es hoy, adiós Antonio). Al recordar el hecho descubro que fue la primera enseñanza de la vida—como decía mi padre— sobre la libertad que no es otra que el “Yo elijo”.
Dicen que el dolor de una perdida lo calma el gozo de un encuentro. Por aquellos días llegó a la Escuela de Hostelería de Lausanne, una nueva gobernanta al departamento de lencería. Era una mujer de nacionalidad Argentina de unos treintaicinco años. Mi amistad con ella se fue fraguando con el paso de los días, todo y que con el resto de compañeras—españolas— de la lavandería no tenia, por diversos motivos, ninguna relación, a buen seguro los comentarios sobre mí, he de suponer, no debieron ser muy positivos. Ella durante el transcurso, breve pero intenso de nuestra relación, jamás me comentó nada a favor o en contra de ellas, lo que dice mucho en su favor.
Su nombre, como buena sudamericana compuesto, respondía a María Rosa. Dominaba diversos idiomas —italiano y francés— poseía, al menos para mí, una vasta cultura y obviamente una extensa experiencia de vida. Sus relatos me embelesaban y a los diálogos que sosteníamos, siempre apasionados y vehementes por mi parte, fruto de la exaltación de la juventud —de su “Marco” Antonio como me llamaba—, ella oponía su atención silenciosa. Eran como un combate de boxeo entre un fogoso e inexperto púgil (yo) y un avezado estilista (ella). Su generosidad permitía que ganara a los puntos.
Ella me abrió a la cultura y me enseñó la importancia de escuchar al otro —pienso que desafortunadamente no lo logró—. Aun a día de hoy es mi asignatura pendiente. Me mostró la opera para que aprendiera a gozar del bel canto. Me llevó a saborear la genuina pizza italiana. Al concluir la Exposición me regaló un diario en mí cumpleaños que aún conservo con una dedicatoria que decía:
12/10/64 A”Marco Antonio” con mis más profundos deseos de felicidad para este aniversario y todos los venideros de tu circunstancial compañera en Suiza que desea que este diario contenga solo pensamientos tan bonitos como los que yo he tenido oportunidad de oír. Espero que el destino o lo que sea nos vuelva a enfrentar en algún otro sitio del mundo. María Rosa Gatti.
Italia 2422 Martínez Buenos Aires – República Argentina.
Aprendí que es la libertad por partida doble, no podemos retener y hemos de ser generosos con el otro.
A ti María Rosa allá donde estés con todo el cariño de tú Marco Antonio
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