El silencio del alma
Tal vez por mi edad,
a punto de cumplir setenta y uno, siento empatía con los familiares de enfermos
de Alzhéimer.
Soy una persona que
me gusta controlar en todo momento la situación y suelo sufrir cuando por la razón
que sea no la puedo controlar. Tal vez sea ese el motivo de mi empatía, con los
pacientes de esta dolencia degenerativa de la mente. A menudo me he preguntado:
¿Qué es lo que puede sentir una persona afectada de Alzhéimer?
La vida y por ende el destino, me ha dado la oportunidad de descubrir lo que siente y padece la persona que pierde la memoria y busca de forma desesperada en su mente la historia del recuerdo que la vinculé con su realidad presente.
El pasado jueves, día treinta de junio, me dispuse a realizar las actividades programadas a lo largo de la mañana. Primero esperaría a Julia, la joven que viene todos los jueves a casa, para abrirle la puerta. Una vez realizado el cometido, me dispuse hacer lo que todas las mañanas realizo de forma metódica: recojo el diario en el estanco a las ocho y con las noticias frescas, me dirijo al bar Burot, en el que desde que me he jubilado suelo desayunar un café con leche y un croissant, a la vez que me empapo de lo acaecido en el mundo y por ende en nuestro país.
Este día –como en otras ocasiones- compartí mesa y tertulia con dos compañeros con los que me une una estrecha amistad, dialogamos amigablemente sobre -cómo no podía ser de otra manera- la situación sociopolítica en nuestro país, después de un ameno dialogo llegamos a la conclusión, de que: La verdad es de todos, pero nadie la posee.
Uno de los contertulios,
José Luis, me pidió si le podía acompañar hacer unos recados que precisaba
realizar con una cierta urgencia, ya que al día siguiente tenía previsto coger
un vuelo hacia Brasil a pasar unas merecidas vacaciones. Una vez realizados los
encargos, nos despedimos deseándonos mutuamente lo mejor para nuestras
vacaciones estivales.
Había aprovechado la ocasión para comprar unas bombillas de bajo consumo, que él me sugirió como experto en la materia. Entre en casa sobre las once de la mañana, instale las lámparas de bajo consumo en los correspondientes apliques y finalizado el cometido Montse me llamo para que me sentara a la mesa a desayunar. Recuerdo que comí melón y lo sucedido con posterioridad no lo recuerdo.
Según relata mi esposa, me había levantado de la mesa para dirigirme al dormitorio a calzarme las sandalias, le pregunte: - Recuerdas si hoy tenía que hacer algo importante? Que yo no recuerdo. Y desde ese instante perdí la memoria presente. Me sumí en una excitación y desesperación que me genero una angustia vital insoportable, donde el único recurso para mitigarla fue el sollozo.
Ahora ya, desde la
distancia del tiempo transcurrido y sin el miedo que me invadió, puedo “colgar”
en mi Blog la experiencia de la soledad que se siente al padecer una amnesia
transitoria, producida por un impacto emocional.
Interrogue a mi mente
“Quien soy Yo”, al no obtener respuesta, sentí
el dolor del alma, que no respondía.
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