30/11/11
28/11/11
Austeridad
El otro día vi un eslogan que decía: “Se precisan electricistas y sacerdotes, los unos para quitar enchufes los otros para repartir ostias”. Hoy me ha venido a la mente al leer en el diario El País un artículo de Ivanna Vallespín.
EL PAÍS, lunes 28 de noviembre de 2011
Alcaldes y ediles de Barcelona se embolsan hasta 38.000 euros al año en dietas.
Un ente metropolitano reparte 800.000 euros por este concepto entre 90 cargos
Las jugosas dietas de la nueva Área Metropolitana de Barcelona (AMB), organismo supramunicipal que coordina políticas de transportes, residuos y aguas, permiten a alcaldes y concejales ver incrementados sus sueldos en hasta un 56% por asistir a reuniones que, en su mayoría, son breves, rutinarias y no exigen apenas desplazamientos.
Un caso destacado es el del alcalde de la capital catalana, Xavier Trias (CiU), que a su sueldo anual de 110.000 euros suma otros 36.800 (un 33,4% más) por asistir a dos o tres encuentros al mes. El que más ve subir sus ingresos con relación a su salario, un 56%, es el edil barcelonés Joan Trullén (PSC), que suma 31.600 euros anuales a los 56.400 de sueldo. El alcalde socialista de Cornellà de Llobregat, Antoni Balmón, es quien más dinero percibe en dietas, un total de 38.800 euros por 40 reuniones anuales, que añaden un 51,4% a su salario de primer regidor, de 71.600.
En el reparto del pastel de la AMB, un organismo creado en julio con la fusión de tres entes sectoriales y gobernado por un cuatripartito (CiU, PSC, ERC e ICV), participan políticos de todas las formaciones, también de la oposición (PP). Jordi Portabella (ERC) cobra 27.000 euros en dietas a de más de su sueldo de 98.200€ como portavoz en el Ayuntamiento de Barcelona. . Lluís Tejedor, alcalde de ICV de El Prat de Llobregat, tiene un sueldo de 70.300 euros y percibe 27.000 más en dietas. Y Manuel Reyes, alcalde del PP de Castelldefels, con un salario de 66.400 euros, percibe otros 23.300 por 18 reuniones al año.
En total, la AMB se gasta 800.779 euros en dietas, que sirven para retribuir la asistencia a 90 responsables políticos a sus distintas sesiones. Los principales beneficiarios son, sin embargo, un grupo de 11 cargos que acaparan 333.300 euros (un 41,6% del total). El Consejo Metropolitano (similar a un pleno municipal) se reúne nueve veces al año y abona a sus 90 asistentes entre 323 y 1.350 euros por encuentro. Todas las demás comisiones y juntas no suelen durar más de media hora. La Junta de Gobierno, quincenal, paga a sus 17 miembros de 798 a 1.233 euros por sesión. La Comisión Informativa se reúne nueve veces al año y abona por cada una de ellas 176 euros a los 74 asistentes, la misma cantidad que perciben los siete miembros de la Comisión de Cuentas por sus dos sesiones anuales.
La AMB defiende que con la reorganización de la Administración en julio y la fusión de los tres organismos —Entidad de Medio Ambiente, Entidad de Transporte y Mancomunidad de Municipios — se ha conseguido reducir a la mitad la partida de las dietas. El organismo tiene 600 millones de presupuesto, 450 empleados y lo forman 36 municipios de la conurbación de Barcelona.
El caso de la AMB es parecido al de la Diputación de Barcelona, que también reparte dietas entre cargos sin dedicación exclusiva. Veintiuno de los 51 diputados cobran 2.100 euros al mes por asistir a un pleno (que suele durar 10 minutos) y a una comisión informativa que dura media hora.
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15/11/11
¿Qué votamos?
No tuvimos la suerte de ser invitados a la mesa del banquete del Plan Marshall, a finales de los años cuarenta del pasado siglo y que de forma magistral Luis García-Berlanga nos muestra en la película Bienvenido Mr. Marshall. Hubieron de pasar más de treinta años para poder sentarnos a una mesa (el 1 de Enero de 1986) con los países de la CEE (Comunidad Económica Europea).Éramos los parientes pobres en aquel entonces, hoy seguimos siendo pobres pero con pretensiones como ya en anteriores artículos he mencionado.
Creíamos que por que nos invitaran a la mesa— de la UE actualmente— ya sabíamos manejar los cubiertos para comer, craso error. Hoy nos encontramos con que aún no sabemos —a pesar del tiempo transcurrido— manejarlos con eficacia. Motivo por el que nuestros anfitriones nos impones medidas restrictivas dictadas por ellos.
Serán sus mayordomos —los tecnócratas— los que nos enseñen como llevarlas a cabo. Me pregunto en qué democracia estamos en la que el ciudadano decide entre: si quédate o no te vayas. Realmente sirve de algo en estas elecciones nuestro voto a la hora de elegir un candidato o ¿Es un mero artificio que legitima nuestra seuda democracia en el contexto de UE?
Todos, en cierta manera hemos participado en la génesis de la actual crisis. Ahora bien, a la hora de hacer justicia hemos matizar, pues existen grados de culpabilidad. No son razones económicas las que nos han abocado a ella sino políticas. La impunidad ante la ley por corrupción de nuestros representantes políticos por actos delictivos de cohecho. La prevaricación de nuestros jueces que ha quebrado la imparcialidad de nuestro sistema judicial. Son estos polvos los que han generado estos lodos sociales: egoísmo, impunidad e ignorancia. Una polis donde todo está justificado si obtenemos rédito.
Subvertir esta realidad no será tarea fácil, pues es preciso para ellos recuperar la dignidad de ciudadano, que no es otra que el poder de decidir en libertad nuestro devenir democrático sin ambages ni subterfugios, es decir democracia real: el gobierno del pueblo y para el pueblo.
No cabe le desanimo en el camino como nos dice el Quijote “no importa cuántas veces nos caigamos del caballo, hay que volver a levantarse y seguir nuestros ideales”
14/11/11
Un nuevo intento
Comencé las clases en la escuela “Virgen de la Paloma” pasado el verano, con quince años cumplidos.
De las cuatro estaciones del año, la que más recuerdos me evoca es la estival. Mis sentidos quedaron impregnados de sensaciones imborrables como: la siesta obligada después del diario hablado de las dos, que imponía al vecindario un respetuoso—que tanto me costaba— silencio solidario; el olor a tierra húmeda que emanaba al regar la calle, para aplacar el “fuego” del verano, “Madrid nueve meses de invierno y tres de infierno” decían los lugareños; el griterío de los juegos de los más menudos; el corrillo que formábamos los adolescentes en torno al narrador afortunado, que había visto la última “peli” de guerra; el palpitar acelerado de mí corazón, ante la presencia del primer amor “platónico”, se llamaba Pili…
Todos aún los puedo visionar y sentir con cerrar los ojos, pero hay uno que recuerdo con gran placer, tal vez fuese el que me incubó el placer de la oratoria.
Al caer la tarde con las primeras sobras de la noche, los vecinos del “41” y algunos otros, sacaban silla y banquetas a la calle y se sentaban en la entrada de la taberna formando un amplio círculo. Se contaban historias reales o inventadas de las que eran protagonistas. Estas pláticas duraban hasta bien entrada la noche. A mí me producía un placer inenarrable, algún día yo también seré—pensaba— el protagonista de una historia. Me había matriculado en la escuela en el horario nocturno, de manera que pudiera compatibilizar las dos condiciones que lo hacían posible: ayudar a los abuelos en la taberna y cuidar de mi hermana.
En las clases de teoría: Matemáticas; Física y Química; Gramática y Literatura; Historia de España; Tecnología y las dos “marías” la F.E.N (formación del espíritu nacional) y Religión.—en el aula éramos unos veinte alumnos cuyas edades oscilaban entre los quince y los veinte años, el más joven de todos era yo— descubrí con agrado que los conocimientos que poseía me permitían obtener buenas notas, en relación al resto de los demás compañeros, algo que se invertía cuando se trataba de las prácticas de taller, a pesar del interés que le ponía.
Algunas veces pienso que no es fruto de la casualidad, mi apellido Guerrero, sí no el reflejo nominal de un condicionante natural que me impulsa a ser contestatario. El profesor que nos daba la F.E.N, era, como no, falangista, pero la verdad es que no le recuerdo dogmático, supongo que se vio en la obligación de dar esa materia por su condición de “ser” y le vino ni que al pelo para ganarse un sobresueldo en aquellos tiempos de necesidad. Otra cosa era el de religión, la impartía un sacerdote salesiano de la orden de San Juan Bosco, que regían la escuela de Artes y Oficios de la Virgen de la Paloma. Todos acataban, con más o menos entusiasmo, la clase de Religión, todos menos yo “el rebelde sin causa”. Esta actitud contestataria de cuestionar lo divino en pro de lo humano me acarreó no pocos problemas.
Después de todo un curso de esfuerzo, no era fácil para mí simultanear las labores en la taberna y cuidados de la “Merche”—como comúnmente la llamábamos a mi hermana— con los estudios, pero la ilusión de la vuelta a clase, y lo que era más importante, tenía una posibilidad de convencer a mi padre de que sí servía para estudiar, me daban fuerzas para hacer frente a cualquier dificultad. Por fin llego Junio y con él los exámenes, saqué buenas notas en teórica y aprobé de misericordia las prácticas, pero poco dura la dicha en la casa del pobre, mí tozudez con el cura de religión me generó un suspenso, lo que significaba en aquellos años que, si no aprobabas en Septiembre la asignatura, no podía pasar al curso siguiente ni continuar en la escuela.
Estoy seguro, a pesar de que no le tragaba, que habría aceptado el ir a misa los Domingos, condición sine qua non, para aprobar. Pero un orgullo exacerbado por el dolor de la indiferencia, me jugó una mala pasada. Con las notas en la mano e insultante, se las mostré a mi padre esperando de él un reconocimiento a mi esfuerzo, su actitud indiferente—como yo la recuerdo— quebró de nuevo la posibilidad de seguir unos estudios, nunca fui a misa.
1/11/11
El sueño
Al cabo de unos días de haberse inaugurado la Exposición, al finalizar mi turno —el de mañana— me comunicaron que Mme., Monnet solicitaba mi presencia en su despacho. Rápidamente realicé un repaso memorístico sobre todo lo acaecido en el trabajo durante estos días transcurridos, pues la verdad es que me sentí un tanto inquieto, no había en mis recuerdos ningún hecho que pudiera ser merecedor de una amonestación, pero a pesar de ello aún me asaltaba cierto temor. Golpeé con los nudillos la puerta de su despacho con cierta timidez. Mme., Monnet la abrió: Pase Sr. Alonso, por favor tome asiento, y me comentó: hoy han llegado de España cuatro compatriotas suyas que se incorporan a trabajar con nosotros, le estaría muy agradecida si fuera tan amable de acompañarlas y mostrarles sus aposentos, si no tiene ningún inconveniente. Ninguno, contesté.
Eran cuatro chicas, una gallega y tres del foro (Madrid). Había cumplido los dieciocho y mi experiencia con las mujeres —por aquel entonces— era nula, mí timidez la suplía con un cierta dureza a lo John Wayne o haciendo gala de ser un taciturno e indiferente a lo Paul Newman. Mi relación, con ellas ya nació muerta fruto de mi timidez, ésta solo se limitó a un breve saludo cortés en el trabajo y poco más, siempre interpreté el papel de hombre duro y taciturno.
La alternancia en los turnos de trabajo —mañana o tarde— me dió la posibilidad de poder descubrir la ciudad en los diferentes momentos del día mañana, tarde o noche. La mañana tenía para mí un especial encanto, me permitía vivir de forma ficticia un deseo truncado por la contingencia de la vida, la de ir a la Universidad y estudiar en la Facultad de Medicina. Mi infancia estaba estrechamente vinculada al sufrimiento provocado por la enfermedad. No recuerdo cuando nació en mí este deseo vocacional, sin embargo sí, del momento en el que fui consciente del mismo.
Solía ir a la biblioteca ubicada en el Ayuntamiento del barrio en que residía. Tenía nueve o diez años. Había en las estantería un libro que siempre me paraba a contemplarlo “Cuerpos y Almas” de Meersch Maxence Van Der. Un día me decidí a solicitarlo —a pesar de su volumen—. Fue grande mi decepción, era solo para adultos. La bibliotecaria ante mi reiterada insistencia me narró su argumento. Desde ese instante soñé con que algún día iría a la Facultad de Medicina.
Dos libros me acompañaron a Suiza: una Historia de la filosofía y un tomo descriptivo sobre los diferentes tipos de Neoplasias. En los días que trabajaba en el turno de tarde solía ir —con mis dos libros en ristre— a la catedral de Lausanne, situada en barrio viejo de la ciudad. Allí cada mañana solía poblarse de estudiantes de diversas Facultades entre clase y clase. La catedral gótica del siglo XVI confería al entorno un sugestivo ambiente romántico complementado con la existencia de diversos cafés en la zona.
Yo con mis dos libros en ristre mezclándome entre ellos —por deseo y edad— me hacía sentirme uno más. Tuvieron que pasar diez años y el amor de una mujer para hacer realidad un sueño.
Etiquetas:
Relatos de una vida (1945/1964)
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