El efecto “Messi”
Recientemente un estudio del hospital de Filadelfia (EE.UU.) presentado en el último congreso de la Academia Americana de Pediatría, ha detectado que tanto las lesiones de ligamento cruzado anterior como las de menisco han aumentado a un ritmo superior al 11% anual en la primera década del presente siglo. En el Hospital Sant Joan de Déu (Barcelona) el número de intervenciones practicadas a niños por lesiones del ligamento cruzado anterior de la rodilla (LCA), según datos facilitados por el Dr. Rossend Ullot, especialista en este hospital y presidente de la Sociedad Española de Ortopedia Española, se ha multiplicado por diez en los últimos quince años. Si antes del año 2000 se realizaban dos o tres intervenciones del (LCA) al año, a día de hoy se realizan dos mensuales.
Este tipo de lesión es la más temida por deportistas en general y muy en particular por los futbolistas profesionales, debido al largo proceso de recuperación. Llama poderosamente la atención el aumento de este tipo de lesión en los niños, ya que la misma va muy ligada a un sobreesfuerzo, lo que sugiere que la realización de la práctica deportiva en la edad infantil y juvenil, no se haya vinculada a aspectos lúdicos o recreativos, sino que más bien, tienen que ver con el factor competitivo.
El número de escuelas así como de campus y cursos que imparten clases de fútbol, han tenido un auge significativo en nuestro entorno a partir de finales de la última década del siglo pasado. El coste anual que supone a las familias que sus hijos participen, es muy heterogéneo en función del prestigio de la entidad, pero en base a la información que he recabado puede superar con creces 500€ anuales sin contar la equipación. En determinadas circunstancias no les supone costo alguno, como es en el caso, de que, un niño es elegido por un ojeador de algún club de fútbol por sus calidades deportivas. Un caso aparte pero importante a nivel de la formación social e implementación de valores en el infante y adolescente, es el comportamiento improcedente de padres hooligans, que anteponen la práctica del fútbol a la formación educativa.
Recuerdo que en mí infancia (allá por años 50), cuando nos preguntaban que nos gustaría ser de mayores, la inmensa mayoría elegían el oficio de su padre o similares o aquellos que tenían un prestigio social por su cometido: bombero o médico. A pesar de la popularidad que en aquellos tiempos tenían deportes como el fútbol o el boxeo y la lidia— si la consideramos un deporte— pocos eran, todo y la afición manifiesta, los que expresaban públicamente su intención de que el deporte llegara a ser en sus vidas, algo más, que una mera distracción, a la vez que una forma lúdica de mantenerse “en forma”.
Esta actitud, tenía mucho que ver con los deseos de los padres, de que, contrariamente a lo que ellos padecieron “padre calderero hijo calderero”, los de aquella época, aspiraban a que sus hijos a través de los estudios les superasen en la escala social. A día de hoy el valor social del conocimiento adquirido a lo largo de décadas de estudio y dedicación se halla en nuestro país en horas bajas, fruto de la frustración que genera la ausencia de compensación socioeconómica a tanto esfuerzo. A tenor de lo que podemos observar: los jóvenes “mileuristas superpreparados” tienen que emigrar.
Cabe preguntarnos, la o las razones de tal pasión ¿Tienen que ver con arraigo social del fútbol en nuestra sociedad? ¿Consideran el deporte de élite, los progenitores, fundamental en la vida de sus hijos? ¿Es el fútbol una solución a la crisis económica? o ¿Es por la ausencia de compensación al esfuerzo intelectual, que requiere el conocimiento formativo?
Lo que resulta obvio, es que el fútbol “el opio del pueblo” de nuestra generación, ha dejado de ser un medio, al convertirse, para una mayoría, en razón de vida.
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