Hace unos días en la revista científica Science he leído un artículo “Basta con pensar: Los desafíos de la mente desacoplada” (traducción del inglés) que me ha sorprendido. Parece ser, según el estudio del psicólogo Timothy D. Wilson de la Universidad de Virginia, que a los humanos no nos gusta quedarnos a solas con nuestros pensamientos, es más preferimos una descarga eléctrica a la soledad de nuestros pensamientos. Uno se pregunta cuál es la razón. A buen seguro, podríamos aducir un buen número de motivaciones. Dos a mi parecer son posibles: ¿El miedo al vacío intrínseco de una conciencia carente de valores? ¿La ansiedad por quemar el tiempo que nos separa del deseo?.
Vivimos en un entorno social donde la introspección no tiene cabida, actuamos en función de estímulos externos que, en todo momento, condicionan nuestra actitud y emociones. En un mundo de consumo globalizado no tiene cabida la individualidad, esta (la globalización) se afana en secuestrar nuestra facultad y derecho a decidir. Son las corporaciones mercantiles y financieras las que nos orientan y aconsejan, pues como dice un eslogan publicitario de un centro comercial “Somos especialistas en ti”, ellos elijen y nosotros acatamos. La facilidad de acceso al consumo nos está privando, en forma y manera sibilina la capacidad de discernir. El nuevo soma nos encamina a la mansedumbre, razón por lo que sentimos pavor a la soledad introspectiva, al descubrir que determinados valores propios del individuo se enfrentan al deseo compulsivo del consumo.
Blaise Pascal decía que la infelicidad ocurre cuando una persona es “totalmente incapaz de sentarse sola en su habitación”
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