Después de seis meses de temporada
en el Port de Sant Miquel de Ibiza,
durante los cuales hubo de todo, El Maño, al que yo consideraba un amigo, se
convirtió en tirano despótico. Es obvio que, para ser Chef de cocina, hace
falta algo más que saber cocinar, es necesario talante y mano izquierda, amén,
de personalidad y dote de mando. Ninguno
de estos dones la naturaleza había tenido a bien concedérselos. Obviamente
nuestra amistad quebró.
A mediados del mes de octubre cogí un vuelo regular de
Ibiza a Madrid. Era la primera vez que me subía a un avión, un bimotor de
hélices, quiero recordar que tenía solo dos filas dobles de asientos, sí,
recuerdo, que me llamó la atención la pronunciada inclinación del pasillo,
elegí un asiento de ventanilla. Durante el trayecto pude disfrutar de la
panorámica del mar, aquel que tanto me cautivo cuando llegué a Barcelona en
1963. Una hora y media después de despegar aterrizaba en Madrid muy ufano y con
dinero.
Mi estancia en Madrid fue breve, visité a mi hermana
que residía en el Cottolengo del
Padre Alegre, sito por aquel entonces en el Barrio de
Carabanchel, cercano a donde residía mi padre. Pasé unos días en casa de mis
abuelos, no recuerdo cuantos, pero a buen seguro que fue una estancia corta.
Cumplido mi cometido con la familia, regrese a Barcelona en el Talgo.
Durante la estancia en Ibiza, fui madurando la idea de
volver a retomar el estudio, que por las circunstancias, había abandonado en
tercero de bachillerato. Al regresar a la ciudad Condal, descubro que lo que en
principio me parecía fácil, es complicado, ya que mi profesión no permitía por
razón de horarios matricularme en ningún Instituto, ni por supuesto en Academia
alguna, lo que me plateo un dilema, renunciar a un sueño –quería ser médico- o
aceptar cualquier trabajo fuere el que fuese. No me fue fácil. Desde los
dieciocho hasta los veinticinco años solo había trabajado en la hostelería, de casseroles en Suiza y de pinche a
cocinero en Barcelona más una temporada en Ibiza.
Durante algunos meses pude vivir de mis ahorros y
pagarme una academia privada, Unitec, sita en Ronda Universidad, dirigida por
el profesor Joan Carulla. A fínales del mes de abril mi economía había menguado
tanto que ya no disponía de recurso para pagarme las clases y aún quedaban más
de dos meses para finalizar el curso y poder presentarme por libre en el
Instituto Mila Fontanals a los exámenes de cuarto de Bachillerato, y si
aprobaba de a la Reválida de Grado Medio.
Ante la tesitura de renunciar a las clases por falta
de recursos, opté por hablar con el director Sr. Carulla, le expliqué mi situación y me dijo “no te preocupes algún día me lo pagaras”. A
mediados de Junio me examine del cuarto curso de Bachillerato y una vez
conocidas las notas de las asignaturas –todas aprobadas- me presenté a la
Reválida, la cual también conseguí aprobar. Ningún título de los estudios que
he realizado a lo largo de mi vida me han emocionado más que este. Ya podría
poner delante de mi nombre el apelativo de Don.
2 comentarios:
Se hacen muy cortas estas pinceladas Antonio, un abrazo
Gracias por tu comentario. Es un estímulo para vencer mi pereza narrativa. La memoria es frágil y si tenemos en cuenta el tiempo transcurrido, el cedazo del tiempo deja en el alma vivencias. Tu comentario “pinceladas” me hace consciente, que no he de esperar a mañana, para plasmar en negro sobre blanco, los sentimientos del alma.
Antonio
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