5/6/11

Lausanne

La víspera después de cenar me despedí de los compañeros que aún permanecían en el hotel— una mayoría ya había partido para sus nuevos destinos de temporada— de Doménico el ayudante de cocina, de mí estimado Antoine, de la lavandera, una mujer entrada en años a la que siempre la llamé (Frau) señora, nunca supe su nombre. En nuestros diálogos: el tono de voz, el gesto, la mirada plena de ternura por su parte y de respeto y cariño por el mío, decían más que el significado de las palabras que nunca comprendimos, aún conservo en mi retina la mirada maternal y su rostro trabajado. Delataba el paso de los años el pelo canoso recogido en un moño que, me evocaba a mi abuela Ana.

A la mañana siguiente a las 7,30 cogí el tren para Zurich. Llegué sobre las diez de la mañana a la estación, de donde cuatro meses antes había, no sin dificultad, cogido el tren para Arosa. Ésta vez era distinto, me sentía seguro y la verdad es que no alcanzaba a comprender el porqué de aquella extraña pero agradable sensación. No tuve ninguna dificultad para encontrar el andén de donde partía el tren en dirección a mi nuevo destino Lausanne, de la que poco sabía, a excepción de que estaba situada a orillas de un lago “Lemán” y que se hablaba en Francés.image

El compartimento —para seis— del vagón, se hallaba ocupado por cinco viajeros, tres hombres y dos mujeres, todos de mediana edad y oriundos del país. El viaje duró, quiero recordar, unas dos horas. Disfruté del viaje departiendo animadamente con todos ellos. Al llegar a la estación—mis acompañantes continuaban hasta Genève— al despedirnos me preguntaron de que ciudad de Italia era, les informe que no era Italiano sino Español.

Ha sido, es, y probablemente será una constante en mi existencia, el celo por la puntualidad. Podía haber llegado a mi nuevo destino el mismo día que me esperaban y no con los tres de antelación con los que llegué. Como decía mi abuela, “genio y figura hasta la sepultura”. Me alojé hasta mi incorporación al Centro de Hostelería, en un albergue básicamente para emigrantes, con habitaciones para una o dos personas, aseo y ducha compartido por todos los residentes. Disponía de un comedor donde se servían solo cenas, los fines de semana también servían la comida de al medio día. Los días laborables se tenía que dejar la habitación antes de las nueve de la mañana y podías utilizarla a partir de las cinco de la tarde. image

Estas breves vacaciones me permitieron descubrir, al perderme en la ciudad, rincones que de otra manera nunca habría visitado. La ciudad está situada sobre una pendiente que desciende desde las colinas de la meseta hasta la ribera norte del lago Lemán con un desnivel de más de 500 metros. El centro de la capital se encuentra construido sobre tres colinas, conectadas entre sí por algunos puentes. Lausanne como yo la recuerdo es una ciudad llena de luz y colorido gracias a que diseminados por ella había parterres de flores multicolores bien cuidados. Me sorprendió que su aroma no hiciera justicia a su exuberante colorido.

Visité su catedral “Notre Dame” gótica situada en un promontorio al norte de la ciudad. Es uno de los recuerdos más vivos que aún guardo por lo que supuso para mí aquel lugar durante mi estancia Suiza.

De sus bares y cafeterías, me sorprendió su limpieza y el silencio, a pesar de que todas las mesas se hallaran ocupadas y su gente conversando de forma animada.

Había allí más silencio que en una misa dominical en España. Su orden reiterativo y meticulosidad, pase lo que pase, me sorprendió: el cobrador del autobús de forma sistemática daba las gracias al pasajero al adquirir el billete.

No sé ahora, pero en aquel tiempo no habían semáforos que regularan el paso de los peatones.

Él peatón con el simple gesto de extender su brazo detenía los vehículos, sorprendido, me pasé algunos buenos ratos practicando. Siempre funcionó.

Fui a visitar el lugar donde en los próximos días habría de trabajar, se hallaba ubicado por debajo de la Plaza de Milán, dentro del recinto de la exposición próximo al embarcadero del lago. Mi futura vivienda eran barracones construidos al efecto para los trabajadores la exposición, entre la plaza Milán y la entrada al recinto de la exposición. Después de estas breves vacaciones de tres días me presenté en el Centro de Hostelería de Lausanne.

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