13/6/12

Un nuevo inicio

A primeros del mes de noviembre del 64 del siglo pasado, llegué procedente de la ciudad de Lausanne a Barcelona. Me hospedé en casa de mi tía Tere, hermana de mi difunta madre. Existen circunstancias en la vida de las personas que marcan su destino, tal vez una de ellas fue que un tío mío de nombre Paulino, había regresado a Madrid, lo que facilitó la posibilidad de que yo ocupara su lugar en casa de mi tía Tere.

Residían en la calle Padilla esquina a la avenida Gran Vía como se la conocía, supongo que para no hacer mención al fundador de la falange, con cuyo nombre aparecía en la guía de Barcelona la avenida. La vivienda se ubicaba en el quinto piso de un bloque de seis plantas, cuatro viviendas por rellano. Por aquella fecha en el piso —de unos 100m²— residían además de mis tíos —Teresa y Antonio— sus hijos: Antonio el de más edad, Armando el mediano y Ana la pequeña. También la abuela “La Tita”, la madre de mi tío.

La ubicación de mi nueva residencia, estaba a escasos diez minutos andando de la Sagrada Familia, la obra póstuma e inconclusa de uno de mis ídolos, el insigne arquitecto Antoni Gaudí i Cornet. Curiosamente desde el balcón de mi nueva residencia podía contemplar el mar, paradojas de la vida, los dos elementos que cuando pase por Barcelona de ida para Suiza me enamoraron. El “destino” o lo que sea, ha querido que desde el año 1974 mí residencia se halle ubicada al costado de otra obra del insigne arquitecto, cual es el Park Güell, lo que me ha permitido y me permite contemplar cada mañana como se culmina día a día el sueño de Gaudí, la Sagrada Familia, y la mar mi otro amor.

Partí de un barrio de una ciudad —Madrid— bulliciosa que apenas anhelaba el reposo, hacia un país —Suiza— de un ordenado equilibrio, y regresé a una ciudad — Barcelona— que vivía de espaldas al mar, “El Mare Nostrum” y donde el trabajo era virtud y las diez de la noche madrugada. En la que, su franja costera—hasta el 92— era baluarte fabril productivo, que impedía a sus ciudadanos gozar del reflejo de la luz mediterránea

Descubrí una ciudad bien diseñada con avenidas y calles amplias. Me intrigó la ausencia de la esquina entre sus calles, que era sustituida por un chaflán, lo que decía de mucho en favor de un pueblo previsor y poco dado al sobresalto. La ciudad disponía de un nutrido número de fuentes repartidas por la ciudad, todas ellas con alegorías esculpidas en bronce. Su fuente más emblemática, era y es, La Fuente de Canaletes, situada al inicio de la Rambla. Como dice la tradición “Si bebéis agua de la Fuente de Canaletas os enamoraréis de Barcelona. Y por muy lejos que os marchéis, siempre volveréis” Doy fe de ella, yo bebí, y aquí sigo. La más colorida y majestuosa la Fuente Mágica de Montjuïc.

Si bien era otro muy diferente al de cuando partí, verbigracia de la experiencia de vida adquirida en mi breve estancia en Suiza, que me había hecho crecer como individuo, dando solidez a principios humanistas, al desechar todo prejuicio fruto del temor al diferente, mi formación cultural y profesional era bien pobre, la posibilidad para conseguir un trabajo cualificado era ínfima ¿ Qué podía ofrecer si venia de fregar cacerolas?

Si algo tenía claro, era que no volvería a casa de mis abuelos en Madrid. Quiso la fortuna que mi tía Tere tuviera amistad con un hermano de su congregación —que era Testigo de Jehová—, que trabajaba de recepcionista en el Hotel Ritz de Barcelona. Al comentarle mi situación laboral, le rogó a ver si podía colocarme en la cocina del hotel. Días más tarde comencé mi nueva etapa en la hostelería como pinche de cocina.

En el próximo mes de Noviembre de este año 2013 hará cuarenta y nueve años que resido en la ciudad Condal, claro que para muchos es un hecho normal, pues bebí agua de la fuente de Canaletas.

El próximo relato ya será otra historia…

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