¿Una posibilidad?
Las instituciones que han representado —sindicatos y partidos de izquierdas— a lo largo del siglo XX la lucha obrera por alcanzar derechos inalienables para el proletariado, en la última década del siglo XX así como en la actual, han ido perdiendo credibilidad ante el empuje del neoliberalismo, fruto del descrédito del comunismo y la nueva visión imperante de un mundo globalizado. La ausencia de bloques ideológicos ha generado en el mundo occidental el nacimiento de una nueva ideología, cuyos valores se fundamentan en la economía, no como medio sino como fin en sí mismo, cuyo espécimen del nuevo alumbramiento es el “Homo Economicus”, cuya razón de ser es la maximización del beneficio.
En una sociedad del todo vale, con tal de calmar a la permanente insatisfacción de nuestros deseos, la codicia es el valor supremo. Su consecuencia la actual crisis social y económica en la que nos encontramos inmersos, la sociedad de los mercaderes donde el ciudadano es moneda de cambio, dejando de ser el fin para ser medio para otros fines. Hoy a tenor de los hechos estamos volviendo de forma paulatina pero inexorable a tiempos pretéritos de nuestra historia cercana. Inocentemente —los mayores— la creímos superada para siempre.
Muchos nacimos vasallos por el poder de las armas, no todos han podido vivir la emoción de libertad que te otorga el derecho de escoger. Recordar la historia siempre es importante para no repetirla, más hoy se hace —a mí entender— imprescindible para aprender desde la distancia, separando con el cedazo de los años el grano de la paja, pues si muchas decisiones las cambiaríamos si pudiéramos hoy, de otras muchas habríamos de tomar nota para reinventarlas acorde con los tiempos, como instrumentos de defensa para no perder las conquistas sociales alcanzadas, “The Welfare State”, el estado del bienestar.
Es obvio que la conciencia de clase se ha perdido, nos hemos deslumbrado ante: “chico tú vales mucho”; “si tú quieres puedes” o “se ha hecho a sí mismo”, en forma y manera que hemos ido cambiando el bien común por el individual, el colectivismo por el individualismo. Hemos convertido la sociedad en una jauría social del sálvese quien pueda. La crisis y la situación de penuria social que comporta, nos ofrece una nueva oportunidad de retorno a las fuentes donde recuperar las esencias del colectivismo social solidario, como instrumento de cambio para subvertir la Europa de los mercaderes por la de los ciudadanos.
Es notable actualmente la creciente desafección política entre los ciudadanos, las críticas a los políticos son numerosas por diversas y justificadas razones: Ineficacia para resolver los problemas; Nepotismo; Impunidad ante la justicia; Corrupción; Ideología versus Intereses creados. Si bien el mutismo social o la indiferencia ante la mala praxis política reafirma al (político) corrupto en su actitud, la crítica generalizada contra la necesidad objetiva de su labor es preocupante toda vez que metemos a todos (los políticos) sin distinción en el mimo saco, lo que socava los fundamentos del sistema democrático que nos hemos dado, al considerarlo ineficaz para dar respuesta a nuestras necesidades de equidad y justicia.
La crisis cada vez es más lesiva para un mayor número personas, que ven como sus necesidades básicas cada día que pasa, son más difíciles de cubrir o inaplazables. Viéndose en la necesidad de recurrir a los servicios sociales, a lo que estos por razones presupuestarias no pueden satisfacer sus demandas, motivo que obliga al afectado a solicitar ayuda a instituciones de caridad.
Un porcentaje significativo de instituciones o entidades dedicadas a la ayuda social del necesitado son regidas por la Iglesia, y otras laicas. Su financiación es básicamente mediante subvenciones estatales, obtenidas directamente, o mediante la opción de señalar la casilla de nuestra declaración de la renta y cuotas solidarias.
Ante la situación de penuria social que esta crisis está generando me pregunto si no sería necesaria la solidaridad de la izquierda mediante la acción, o debemos resistir los “proletarios” estoicamente con el solo consuelo de la palabra. “La existencia determina la conciencia social” (Marx). ¿Hemos de permitir qué de nuevo sea la Iglesia la que determine? La desafección política de un ciudadano nutrido por la caridad de la Iglesia, es el germen del populismo o sea la vuelta a la “Democracia Orgánica” de un pasado no lejano.
2 comentarios:
Tengo cuarenta años y mi sensibilidad política no responde a ninguna clase de educación formal (ni científica ni filosófica), sino a mi experiencia profesional en los servicios sociales (categoría básica y específica de atención a las personas con discapacidad). Con este bagaje, es normal que mi principal inquietud política esté motivada por la gestión y administración de la "economía social", como dinámica de desarrollo sostenible y de progreso comunitario. Actualmente, la ineficacia político-jurídica en la regulación de la economía social, que es ineficacia en la inversión de capital social, ha fragmentado a la ciudadanía en clases sociales nuevas: los clientes (economía privada asociada a la propiedad como capital individual), los usuarios (economía pública de acceso a servicios comunitarios), y los beneficiarios (los excluidos de las prestaciones sociales, los sujetos de la mera caridad). Mencionas a los últimos en tu entrada, preocupándote con razón de la beneficencia eclesiástica, pues la caridad religiosa dista de ser, en nuestra cultura, empática y solidaria; pero lo peor, para mí, no es que peligre el laicismo, sino que los creyentes sigan aceptando que la institución que los representa sea también la de todos esos "clientes" enriquecidos de capital individual a costa del social.
Gracias por tú amable comentario. Ambos desde distintos ámbitos—sanitario— perseguimos el mismo fin, la no exclusión de los necesitados en una sociedad cada vez más fragmentada social y humanamente. No hay mayor logro para un artesano que “la satisfacción del bien hacer” y entiendo que tú lo eres.
Antonio Alonso
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