1/3/10

RELATOS DE UNA VIDA (1945/1964)

 

Del abuelo para vosotros.

Estas vivencias “Relatos de una vida (1945/1964)” son fruto del cariño que proceso a los “locos bajitos” de la casa que con su amor sincero nos iluminan, mis nietos Joel, Selene y Nil.

Y como no, a las tres mujeres de mi alma.

  Preámbulo

A ti, allí donde estés madre, quiero contarte:

Son tantas cosas que la verdad no sé por dónde comenzar. Quizás sea mejor contarte lo que ahora me pasa. Siento una honda pena que ahoga mi alma en un mar de tristeza e ignoro su causa, ya que tengo todo lo que –pienso yo- un hombre puede desear: una familia que me adora y protege, amigos que me quieren, salud y trabajo. ¿Qué me falta, que melancolía me envuelve con su densa niebla negándome la luz?. Pienso que tal vez sea el recuerdo inconsciente de un deber no cumplido. Sea como fuere he de continuar pues “la meta es el camino” y se hace camino al andar.

Nunca sabré que energía vital me indujo a intentar plasmar en negro sobre blanco los relatos de mi vida, tal vez fue por aquel curso de narrativa que realicé en la Escuela de Escritura del Ateneo. Todos teníamos algo en común a pesar de ser un grupo muy heterogéneo, el miedo a narrar las experiencias y sentimientos atesorados en nuestra vida, junto a un deseo incontrolado de hacerlo. Inicio esta aventura de desandar el camino, evocando el pasado desde la distancia de los hechos, tratando de aceptar y aceptarme.

Nota de autor: La memoria no es garantía de nada necesariamente verdadero y en todo relato basado en ella, subyace siempre la subjetividad emotiva del narrador.

 

Génesis

Seis años después de finalizada la guerra civil, en la calle de Berruguete del barrio de Estrecho de la ciudad del no pasarán, vine al mundo sobre un velador en la taberna de mis abuelos, era un día soleado de Octubre.

El parto supuso tres días de continuos esfuerzos para mi madre, una mujer de carácter. 2 Mi madre de soltera

El ginecólogo optó por el uso de fórceps para que pudiera sentir la primera bocanada de aire que nos hiere. La ejecución de este método me provocó una hemiplejía en el lado derecho, cuya secuela más evidente es el temblor de mis manos. Pero mi historia comienza antes del nacimiento, justo en el momento de la concepción, a consecuencia del entorno social de la época.

Mis padres contrajeron matrimonio en abril y a los pocos meses mi madre presentaba una barriga prominente, que a tenor del cálculo de las comadres no se correspondía con los meses de gestación, lo que significaba que se había casado de penalti dando pie a habladurías y a lo que ello suponía en un régimen fascista vencedor de la guerra que tenía a gala la moral católica, la deshonra.3 Retrato oficial de la boda de mis padres Era un hecho lacerante en el entorno familiar de consecuencia impredecible. Mi abuela la protegió de las habladurías del vecindario y con firmeza se enfrentó a mi abuelo que pretendió repudiar a su propia hija. Tal vez por ello nunca me sentí querido por mi abuelo.

Los efectos de una guerra de tres años eran patentes no solo en los servicios e infraestructuras, sino también en la dificultad para lograr una vivienda donde residir. Esta circunstancia hacía que muchas familias con o sin hijos se vieran en la necesidad de compartir una vivienda. Mis padres no fueron una excepción, tuvieron que compartir un piso de alquiler con otro matrimonio, el marido se llamaba Alfonso y era compañero de mi padre en la fábrica Inca de chocolates donde trabajaba de maestro bombonero.

El piso se hallaba ubicado en la calle Violetas nº 6 del barrio de Tetuán de las Victorias, un inmueble ya desaparecido, cuyo propietario era el Sr. Campo, un constructor andaluz que tenía tres hijas solteras que pertenecían a La Sección Femenina de las JONS, obviamente era adicto al régimen. La estructura era similar a las casas de corredor o corralas que construían en el siglo XIX en Madrid para paliar la escasez de vivienda. Constaba de un patio interior alrededor del cual se distribuían las viviendas a distintos niveles: dos pisos en los bajos, dos pisos en la primera planta y la segunda planta un solo piso, accediendo a las viviendas superiores a través una escalera ubicada en el patio, en el mismo había una fuente de cuyo caño salía un mísero caudal de agua del canal de Santillana que utilizaban los vecinos para sus menesteres. En los pisos bajos y en los primeros, solía, de tarde en tarde, salir un humilde chorro de agua. No obstante — cosas del destino o por la gracia de Dios— al Sr. Campo siempre le llegaba agua de la que hacía ostentación regando los geranios de su luminosa y amplia galería.

En el piso superior los grifos eran un mero adorno, jamás vi por ellos fluir tan vital elemento. El agua había que subirla con cubos para llenar barreños, donde se guardaba para su uso posterior. Para beber y guisar, se iba a buscar el agua a la fuente del barrio — era agua del canal Lozoya muy apreciada por los ciudadanos de Madrid— era menester un cántaro de barro de unos diez litros y habías de pedir la vez en la cola, sólo había en el barrio una fuente.

Si al piso superior no nos llegaba el agua, teníamos el consuelo de una amplia terraza, un cuarto de baño con bañera, una cocina grande, un comedor y cinco habitaciones: dos grandes y tres medianas, que compartíamos las dos familias. Pero vivir en las alturas tenía un inconveniente, las goteras. El Sr. Campo nunca encontraba el tiempo para subir al tejado o la escasez de materia prima le impedía reparar las tejas. La lluvia nos obligaba a tener un arsenal de recipientes dispuestos estratégicamente para evitar males mayores.

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